"Tengo la suerte de seguir ilusionándome a diario con mi trabajo. Me faltan años y brazos para desarrollar mi obra total.Y lo más importante, sigo con unas ganas enormes de aprender. Así que el día que nada me interese cogeré el pañuelo de las despedidas y me iré". Eso me dijo una vez en su casa este Pedro que se nos fue y nunca olvidaremos. Nunca cogió tal pañuelo. Me lo dijo, creo, cuando pasé hace años por una tertulia de prosapia, de honorables tertulianos, en que se celebraba los jueves desde hace 40 años la Transubstanciación de la Palabra, la Encarnación del Verbo, los últimos en su caserón de la calle Urzáiz. Allí, al calor de la cocina, una variada concurrencia arreglaba el mundo y le daba a lengua y paladar, incluyendo un "pater", que le insuflaba transcendencia. Antonio Landesa, Domingo Villar, los hermanos Montenegro, Rosendo García, Pepe Conde, Camba, Lijó, Caride, el cura Eugenio Ogando...

Y es que, además de artista con imagen beethoviana, Pedro era un adorador de la palabra, de la suya y la de los otros, un Crisóstomo de voz pulida y grave que sostenía en una mirada sólida y penetrante, hacia adentro. Un trabajador tenaz dispuesto al goce cuando menester fuera lo que, entreverada una cosa con la otra, a lo mejor fue el secreto de su longevidad artística, de las mayores de Galicia, cercenada por la traidora enfermedad.

Recuerdo hace 5 años, cuando cumplió los 80 martillo en mano, buriles y cinceles primorosos, y unos cuantos le fuimos a beber su vino. En un aparte, con su risa estruendosa, me dijo: "Mira Fernando, toda la vida dando bandazos, casi sin saber qué pintas en este mundo, pero hoy, por fin me encontré a mí mismo. Fue al salir de la ducha, me miré en el espejo y me dije: ¡coño, soy yo! ¿Esperar 80 años para esto?". Pero ahí siguió, rompiendo el plano, vaciando el soporte, acuchillando el espacio a golpes de formón, a llamaradas de soplete, con la vitalidad de un adolescente, en una obra de gran formato en su estudio de A Guarda aunque viviera en Vigo.

Ahora que se fue, cuánto siento haberlo visto últimamente tan poco. Irrepetible su personalidad y su figura. Vigo se hace más pobre con su ausencia.