Lo comenté en el café de los jueves: "Os aseguro que ayer he visto pie a tierra un numeroso grupo de policías municipales uniformados en torno a un suceso que pasó en un tercer piso". Son tan escépticos en este punto mis veteranos contertulios que han puesto mi testimonio en tela de juicio hasta que acepté que los municipales tenían sus tres coches montados sobre la acera.

Tan es así que el veterano del grupo me exigió una descripción de uniformes, armamento y logos en los vehículos, palo al que a duras penas pude asistir para salir a flote. "Los he visto y me han mirado", reafirmé con la reciedumbre de mis antepasados: la policía municipal existe porque el miércoles se materializó delante de mí.

Esta simple anécdota callejera me ha hecho revisar mis anteriores conclusiones provisionales, más bien críticas, sobre el particular. Me refiero a la atención municipal a la seguridad callejera, como es lo que se entiende por una labor callada. Que sin duda se lleva a cabo.

Hace algún tiempo que se nos viene alertando a los urbanitas de los frecuentes robos en domicilios cuando sus moradores disfrutan de merecidas vacaciones. Informaciones de indudable utilidad que nos ilustran sobre la refinada organización coral y técnica de nuestros aspirantes a ladrones: el espionaje, la señalización, la apertura de puertas y el asalto al objetivo con el acceso al botín. Un perfecto trabajo en equipo.

Ahora en serio: el común ciudadano se pregunta si nuestra Policía Local, aunque nos ilustre sobre la autodefensa y haga sus rondas motorizadas, no tendría también que hacerse ver aunque no sea con tanto aparato como en el suceso de anteayer.