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Tiempo de justicieros

Siendo joven, recuerdo una tarde en casa de D. Darío Álvarez Blázquez, sentado junto al fuego de la chimenea, con el inolvidable D. Plácido Castro. Ligera y noblemente ebrio me decía con fuerza, incluso con pasión: "No se puede juzgar a nadie", "nunca te atrevas a juzgar". A menudo pienso ahora en estas palabras cuando, pasada la juventud, época de juicios sumarios, veo desaforados juzgadores en cierta prensa, cadenas de televisión, tertulias, redes sociales. Ante los delitos de corrupción u otros del ámbito de lo "políticamente correcto", o de "Apología del terrorismo" (Concepto ampliado hasta la inverosímil) no se trata de argumentar serenamente sino de destruir al adversario, con un fluir continuo de las imágenes y comentarios más humillantes. Proliferan los "especialistas judiciales" y hordas (con la víctima degradada a populacho) en las puertas de los juzgados.

Naturalmente que si hay un delito los jueces tienen que juzgar y aplicar la pena correspondiente, tras la construcción de una verdad limitada pero imprescindible en el ámbito del proceso. Pero nosotros los ciudadanos no somos jueces y podríamos releer, por ejemplo, los evangelios en los que no hay ninguna verdad absoluta (inexistente) pero sí muchas verdades particulares: "El que esté libre de culpa?".

Nadie puede estar seguro, en el concreto terreno de la corrupción, de que no será nunca culpable de la misma. No puedo ser corrupto si no he estado nunca en una situación que haga posible una oferta "irresistible". YaLenin condenó las afirmaciones absolutas en una situación hipotética como propias de una pequeña burguesía idealista. Volvamos al evangelio, Pedro niega a Jesús y muere después por él. Recordemos a Lord Jim, de Conrad. Caben decisiones diferentes en una misma vida, según las circunstancias. Ya lo dijo el gran administrativista Hauriou, el nombre no es ni bueno ni malo, es desfalleciente. Incluso los jueces, lo que no daña un ápice su legitimidad para juzgar.

Hay que decir basta a estos "tribunales populares" de tertulianos y pseudoperiodistas, con la participación entusiasta de políticos, hoy ensalzados y mañana destruidos y cuya voluntad maccartista de poder y control es evidente.

Desde mi modesta posición de persona particular, hago lo único que puedo hacer: Contribuir a no participar de esa vergüenza.

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