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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Corruptos, pero profesionales

Sostienen sus adversarios que el partido de Mariano Rajoy es el más corrupto de Europa (y acaso del Universo); pero tampoco es menos verdad que España ha remontado la crisis bajo su mandato. De ello podría deducirse que mezclar la moral con la profesionalidad tal vez sea un error de concepto en la política.

Véase, si no, el caso de Lula, expresidente de Brasil al que los jueces acaban de condenar a nueve años de cárcel por las golferías que se le atribuyen. Luiz Inacio da Silva y su partido metieron la mano en los caudales públicos con profusa alegría: y a pesar de ello gozaba de un 87 por ciento de popularidad cuando dejó el puesto.

No es que los brasileiros consideren el robo una de las bellas artes, naturalmente. Ocurre más bien que su condenado expresidente sacó de la pobreza extrema a unos 30 millones de ciudadanos tras conseguir que Brasil creciese a ritmos anuales del 7 por ciento con la subsiguiente bajada a la mitad de las cifras de paro.

A diferencia de sus colegas populistas de Ecuador, Venezuela y otros predios de Latinoamérica, Lula aplicó una política socialdemócrata que benefició notablemente a los trabajadores, sin perjudicar -ni mucho menos- a las empresas que, aquí y en Brasil, son las que proporcionan curro al personal. De ahí sus elevados índices de popularidad.

Fue precisamente en Brasil, país mágico y de mucha maravilla, donde un candidato a gobernador se atrevió a presentarse bajo el lema: "Ademar roba, pero hace". Se llamaba Ademar Pereira de Barros y durante décadas fue elegido pertinazmente por los ciudadanos del Estado de Sao Paulo.

Barros alcanzaría fama por sus trapisondas; pero también por los numerosos hospitales, autopistas, carreteras y otros equipamientos que construyó. Muchos de ellos llevan todavía su nombre, lo que da idea de la popularidad de aquel político de moral distraída y, a la vez, competente gestor.

También en España podrían citarse ejemplos -más moderados- de esta tendencia que probablemente tenga un alcance universal tanto a babor como a estribor de la nave de la política. Cuando el socialdemócrata Felipe González dejó el cargo de primer ministro, por ejemplo, tenía imputados por corrupción al gobernador del Banco de España, al director general de la Guardia Civil, a la jefa del Boletín Oficial del Estado y hasta a la presidenta de la Cruz Roja.

No es menos verdad, sin embargo, que González integró a España en la Unión Europea, elevó el PIB a cifras más que meritorias, universalizó la Seguridad Social y expandió las libertades. Otro tanto podría decirse de la derecha. Tanto Aznar como Rajoy sacaron en su momento al país del pozo de ruina en el que estaba metido, por más que sus registros de apandadores fuesen comparables a los de la era gonzaliana.

Nada nuevo si se tiene en cuenta que ya a Cicerón le asombraba la rapidez con la que se enriquecían los gobernadores de la antigua Roma, que sin embargo fue un modelo de eficiencia en las obras públicas, el Derecho y tantos otros beneficios que hemos heredado de ella.

Lo ideal, desde luego, sería que gobernasen políticos competentes y de inmaculada honradez en el manejo del presupuesto; pero igual no se puede tener todo. Quizá por eso Barros triunfaba en las elecciones pese a su lema: "Ademar roba, pero hace". Corrupción y profesionalidad no tienen por qué estar reñidas.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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