Qué mal rollo dan las "good vibes" (las buenas ondas) vibrando por todas partes. Pasé unos días de vacaciones con menaje ajeno y me encontré con un dispensador de jabón que me decía en inglés que "siempre hay una razón para sonreír" y un vaso para el cepillo de dientes que aseguraba, en el mismo idioma, que "la vida es buena".

No atiendo a lo que dicen objetos que estarían mejor callados, pero al tercer día me vi contestándole al dispensador, del que no salía gel, "usted dé jabón" y usted apoye el cepillo, que "la vida no es buena ni mala". Lo dije en español porque mi inglés no hay persona ni cosa que lo entienda.

En el desayuno tomé el café en una taza que me decía que soy "una persona única y genial". Ser único es cualidad de todo individuo, aunque los gemelos lo aparenten menos. Ser "genial" se dice demasiado y tiene más inconvenientes que ventajas. Ni creí que la taza tuviera razón, ni lo necesitaba para la autoestima, pero cuando vi que le decía lo mismo a una compañera de vacaciones en la merienda dejé de tener la atención de tomar el café templado para no quemar a mi fan número uno.

Las buenas vibraciones dan mal rollo porque son exageradas y las colocan en los objetos como pósit positivos para personas a tratamiento.

El sistema, que está en un momento especialmente cruel, da ánimos -sobre todo en inglés- en las portadas de las libretitas y en los objetos cotidianos para que aguantes y, si no lo haces, que sientas que es por tu culpa, por no vibrar en la frecuencia de las buenas ondas.

Al volver al bar de siempre pedí un vino joven, lo probé, me sequé los labios con la servilleta y la tiré dentro del cubo que decía "soy la papelera" con realismo funcional, no porque tuviera un problema de autoestima.