En el año que arroja el mayor saldo de ahogamientos en playas y piscinas de España, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, reflota un, al parecer, nuevo proyecto de ley de acuicultura. Se basa el jefe del Ejecutivo gallego para hacerlo así en que es un instrumento útil para dotar de mayor seguridad jurídica al sector y para asegurar la calidad ambiental de las rías gallegas.

Supongo que, entre estas rías, cuenta don Alberto con la de Muros-Noia, cuyos vecinos conocen sobradamente los beneficios jurídico-técnicos de una acuicultura del salmón cuyo proyecto de ley se "aparcó" hace año y medio supuestamente a causa del miedo escénico que la simple mención de la tal ley proyectaba sobre los presumibles resultados electorales. Estos fueron favorables y, como era de esperar, han animado al señor Núñez Feijóo a poner otra pica en el Flandes de los bateeiros y mariscadores, amén del de los pescadores que tienen a las rías como jardines de una tierra en la que el orco -urco u orca- vuelve a reinar gracias a los votos de un pueblo que no dice abiertamente que se los ha concedido al partido que gobierna aquí, en Galicia, y en España.

Dudo -y seguro que me equivoco, pero les pido excusas de antemano- que el poner sobre la mesa un nuevo proyecto sea consecuencia de la seguridad de que, esta vez, la ley de acuicultura saldrá adelante. Confía para ello el presidente en un diálogo fructífero con el sector, pero éste -en el sentido más amplio- no está por la labor. ¿O sí?

La acuicultura -en concreto, la piscicultura- fue un paliativo al hambre física y económica padecida por algunos países. Pero hoy se puede decir con garantías de seguridad que la cría industrial de peces en las piscifactorías que se proyectan para Galicia no son ni serán la panacea que ponga fin a los problemas que afectan aquí a bateeiros, mariscadores y pescadores porque contaminan las aguas a causa de los excrementos de los peces que crían, engordan y atienden con medicamentos. Pero, además, porque el mantenimiento de una piscifactoría implica la captura y transformación en harina de enormes cantidades de peces y marisco con los que alimentar a los ejemplares cautivos.

El Gobierno gallego tensa la cuerda en un momento que se hace aparecer como de vacas gordas. Considera que hay satisfacción en la ciudadanía porque el paro se reduce y se gasta más en consumo interno. Pero no debe olvidar que se mantiene la insatisfacción en el mundo de la pesca y el marisqueo y que se siguen suministrando en grandes dosis ayudas al desguace de barcos, con lo que nos quedamos sin armadores y sin tripulaciones y ganamos subsidiados (que no son, precisamente, trabajadores en activo).

Tensar la cuerda puede conducir a que ésta se rompa por el punto más débil. Y la debilidad de un Gobierno -hoy con mayoría absoluta- está en las urnas y los votos que en éstas depositemos los gallegos.