Hace un par de semanas, la hija que el torero Jesulín de Ubrique tuvo con su primera pareja Belén Esteban alcanzó la mayoría de edad. No lo vi en los programas de corazón que frecuenta su madre, sino en un periódico serio que ofrecía toda una galería de imágenes de Andrea Janeiro desde su más tierna infancia. Las fotos que durante 18 largos años se habían publicado pixeladas para no contravenir las leyes que protegen el derecho a la intimidad de los menores salían a la luz tal cual, a cara descubierta. El bebé asustado por un flash en brazos de su progenitora, las vacaciones humildes en Benidorm, la comunión, la fiesta quinceañera, las instantáneas adolescentes compartidas en Instagram con sus amigos. Una desclasificación en toda regla, ríanse ustedes de los papeles del Pentágono, los expedientes sobre ovnis que atesora la NASA o Wikileaks. Me quedé pasmada de la mala baba y el criterio vengativo que parecía guiar la exposición del álbum personal de una joven anónima, por mucho que sus padres no deseen serlo. Me dio mucha pena y mucha ternura por la chavala explotada a su pesar como una bomba con efecto retardado. Belén Esteban, que ha aireado su vida privada y vive de ello, protegió desde su separación la de su niña con fiereza ("Yo por mi hija mato", dijo en una de las frases icono de la "princesa del pueblo"), denunciando cada intromisión por sumas millonarias. Pero el tiempo no ha jugado a favor de Andrea y se abrió la veda. La pequeña que no quería cenarse el pollo, tal y como captaron los reporteros que las grababan en su piso mal insonorizado, se tiene que tragar el sapo de haberse quedado sin escudo, y ser famosa a la fuerza. A cambio puede votar, no sé si le compensará.

Porque la difusión de su cara y su cuerpo desencadenó una de esas reacciones en masa en las redes sociales que avergüenzan a cualquiera que no considere el linchamiento un deporte. Los insultos y las burlas hacia el físico de la cría alcanzaron cotas de maldad que difícilmente superará la próxima cogida de un torero en la plaza, a no ser que la protagonice el propio Jesulín. Y es que el escrutinio al cuerpo de las mujeres no entiende de sutilezas como la edad o la oportunidad. Hablan los que tienen boca y se pronuncian quienes pueden perder su tiempo tecleando opiniones basura sobre el aspecto de unas y otras, sin importar la madurez de sus dianas. Al día siguiente teorizarán sobre el acoso escolar, el machismo y el "bullying" sin despeinarse. Con semejantes antecedentes, no es de extrañar que el posado de los Reyes con sus hijas durase este verano exactamente cinco minutos. Aseguran que Felipe VI y Letizia buscan como sea alejarlas del foco mediático, blindar su infancia a la interferencia de la avalancha de comentarios que suscitaría cualquier gesto de las niñas si no resultan pluscuamperfectas. Comprensible, por mucho que formen parte de una institución que tiene en lo simbólico y en la representación gran parte de su razón de ser. "Todos a posar como monos", cuentan que espetó Juan Carlos I a toda su familia hace unos cuantos veranos al pasar con el "Fortuna" ante los fotógrafos preparados en el Puerto de Palma. Las fotos no sirvieron de mucho, por sí solas no pueden apuntalar un trono. Y posar es un trago para los menores.

Quienes la conocen dicen que Andrea Janeiro es una chica seria, responsable, buena estudiante, normalísima en sus gustos, alérgica a la fama y que se comporta un poco como la madre de su madre. Misteriosamente, ha decidido estudiar comunicación audiovisual. Le deseo lo mejor. Que le vaya bien en la Universidad y retire a Belén Esteban de los platós bochornosos, dándonos a cambio algo de tele que podamos ver sin sentir rabia hacia el género humano.