En la pequeña aldea de Santa Rita, a 14 km en dirección norte hacia Alejo Ledesma (Departamento de Marcos Juárez, Córdoba, Argentina), cuando el día se apaga, las ventanas del bar "La Esquina" permanecen iluminadas. Corren los primeros años 40 del pasado siglo. El interior está iluminado con luz mortecina de lámparas de aceite. Las paredes están ennegrecidas por manchas negras y azuladas de humedad y tienen numerosos desconchones. De ellas cuelgan algunas pinturas, ejecutadas por mala mano, cuyo tema repetido es Galicia.

En el ambiente imperan los efluvios alcohólicos y el olor de la citronela, con la que tratan de repeler, sin resulta, a los mosquitos que invaden el local. Alrededor de unas viejas mesas de madera, cubiertas con manteles emborronados de tinto y de grasa, se agrupan capataces, ovejeros, campañistas, peones, esquiladores y carreteros. La mayoría son de origen gallego y casi todos trabajan en la misma hacienda agrícola-ganadero, la estancia "Santa María". Son obreros que se afanan hasta echar el bofe durante muchas horas y el cansancio se advierte en sus caras. Mas se sienten satisfechos y compensados por el trato que reciben: sueldo, cama con colchón y abundante comida. Además el estanciero les mantiene el salario durante la obligada inactividad de los largos meses de invierno, a pesar de que durante esa época no rinden beneficio alguno. El mal vino tinto, que sirve Esteban, el bolichero del establecimiento, que dice procede de Galicia, corre a jarras. En dos mesas juegan al cacho y se oye el repiqueteo de los dados. El ruido es elevado, hablan y discuten en voz muy alta. El tema recurrente de muchos es la vuelta a Galicia. Cuando alguna narración resulta evocadora de los familiares que se quedaron en las aldeas gallegas esperando su retorno, se oyen resoplidos y alguna lágrima resbala por las mejillas de algún tosco paisano.

Manolo "El gallego" toca una viola y canta canciones de allí y de acá, con voz cascada y nostálgica. A veces, solo a veces, se hace un silencio para escuchar las letras telúricas de Galicia y se escuchan suspiros. "Resistencia, que más brillamos / cuando estamos juntos". Cerca de la hora del cierre, las puertas de "La Esquina" se abren con cierto estrépito, y entra el propietario de la "Santa María", don Venancio. Al reconocerlo se hace un silencio denso y algunos se levantan en señal de respeto, incluso de reverencia. Viene a dar ordenes a los peones (personal fijo de la estancia), pues va a ausentarse uno días, al tener que viajar a Córdoba para resolver asuntos financieros y de compra de material.

Don Venancio había nacido en Ourense en 1885. Procedía de una familia de hidalgos de un pueblo de los chaos de Amoeiro, donde tenían un señorial pazo. Fue el primer hijo de ocho hermanos. Al igual que su abuelo y su padre había estudiado derecho. Después de un fracaso amoroso, en la primera década del siglo XX, se dejó llevar por la corriente migratoria y embarcó a Buenos Aires. La consternación de sus padres fue inmensa, pero aceptaron su decisión y patrocinaron su ida con una cantidad de dinero suficiente para desarrollar un proyecto agropecuario, tal como había ilusionado. Con esta finalidad, al llegar a La Argentina adquirió una vieja estancia colonial de unas 600 hectáreas que había sido primero reducción jesuítica y después estancia colonial criolla. La estancia tenía un casco o residencia principal, con mansión de estilo colonial en ruinas. De forma progresiva, a la par con sus ganancias, compró los terrenos colindantes hasta hacerse con un verdadero latifundio en el que introdujo razas de ganado con pedigrí, y semillas importadas de España. Esto, unido a lo autóctono cimentó un considerable patrimonio. Sustituyó la vieja mansión por un nuevo pazo de atractivo estilo neobarroco, en recuerdo de las casas señoriales gallegas, como la de su propia familia, y lo rodeó de bellos jardines.

Aquella noche, después de cenar con su mujer y su única hija, se fue a su gran biblioteca para leer un rato. Desde hacía días se sentía invadido por la añoranza de su tierra, Galicia, lo que le había llevado a leer el recién publicado libro de Alfonso Daniel Rodríguez Castelao (1886-1950), Sempre en Galiza (1944), cuyo autor había conocido en Buenos Aires el año 1940 y con el que se sentía identificado. Castelao vivía como un desterrado, Venancio había emigrado voluntariamente, pero al igual que él sentía el dolor de la lejanía y sentía el amor y la unión con su tierra nativa, la "saudade" que de forma tan magistral expresa Castelao en su texto: "A mín abondábame un curruncho galego e a ledicia de ver a nosa paixase i-escoitar o noso idioma. E dispois de ter percorridos moitos camiños estranos en contra da miña vontade, decraro que, o nacer, vivir e morrer nunha misma terra é a sorte mais grande que se lle pode desexar a unha criatura [?] ¡Cómo lle queremos a terra! Eu de mín sei decirvos, que si despois de morto tivese que voar mais alá das estrelas visibres, para ir a un ceo tan lonxano da Terra que nunca mais podera vela, de boa gana renunciaría á inmortalidade pra rematar a miña vida debaixo dunha laxe e convertirme en herbas ventureiras". Las ansias del autor, tan bien exclamadas gracias a su prosa poética, se cumplieron y pudo volver a su tierra con el auxilio de la muerte. Hoy sus restos mortales descansan en el Panteón de Gallegos Ilustres, desde el 28 de junio de 1984. Venancio no regresó nunca y su cadáver fue enterrado en el cementerio argentino de San Jerónimo de Córdoba.

Esta vez, don Venancio escogió como lectura un libro del que había sido su médico durante su juventud y después su amigo, Roberto Novoa Santos (1885-1933), titulado El dolor de la lejanía (1929), recopilación de las conferencias por él pronunciadas en La Habana. En el texto, el ilustre maestro de la medicina de Galicia hace un análisis clínico y biológico del dolor de la lejanía desde el enfoque científico: definición, clases, causas y diagnóstico diferencial entre "morriña" y "saudade". Dirigiéndose a sus paisanos gallegos les dice: "Quedó allá (Galicia), un fragmento de vuestra personalidad y sentís la falta de ese fragmento -pedazo de espíritu que es anaco de entraña, de carne viva-, como siente el mutilado la ausencia del miembro arrancado por la metralla. [?] Nuestra morriña y nuestra saudade, son dos formas de este sentimiento de la lejanía, que tiene sus raíces en la tendencia instintiva del hombre a revertirse a la misma tierra que modeló su carne y su espíritu". Y para corroborarlo recurre a los versos del poeta muxián Gonzálo López Abente (1878-1963): "Quero volver de novo a vivir na paisaxe / de duros penedos e cabos tromentosos / entre os santos terrons da nativa paraxe / que desexo recollan os meus cansados osos?". Novoa Santos asimismo lo define con mayor concreción y diferencia lo que es "matria", todo aquello que es amado por nosotros: tierra, familia y vecinos, del paisaje; de lo que es medio cósmico, refiriéndose al valor intrínseco por sí mismo. Este aspecto fue muy bien analizado por el notario y escritor Luis Moure-Mariño (1915-1999) en Morriña y Saudade. Temas gallegos (1979), del que he recogido algunas ideas y al que les remito. Amamos a la tierra, con la independencia de los que la habitan, en palabras de López Abrente: "A Terra é Eucaristía / coa que todos comungamos /en comunión de xuntanza / hastra coela de mortos mesturarnos?". Y la cura de la morriña, considerada como enfermedad, está en el regreso a la Tierra, que Novoa Santos compara con el mito de la lucha de Antheo con el gigante Hercúles, en la que aquel, con el vigor agotado, recupera sus fuerzas para la lucha cuando sus pies tocan la tierra.

Y la perspicacia de Novoa Santos va más allá y distingue entre "morriña" y "saudade". Para él "morriña" es el ansia de retorno, que se cura con la vuelta a los parajes lares, mientras que "saudade" es un complejo que entrañan lejanía, añoranza "y, a veces, el ansia de desasirse, en el remanso de la muerte. [?] Así en el fondo del alma saudosa hay algo de místico, y de amante desesperado, que le arrastra a disgregarse y fundirse con el paisaje, con la tierra en su más entrañable significado". Precisamente este texto se corresponde con el relatado en Sempre en Galiza, que al fin y al cabo es una autobiografía de las vivencias del autor desde lejos, en las que siempre aparece su tierra. Lo que lleva a Moure Mariño a compararlo con el dolor con que el médico, historiador y escritor Gregorio Marañón (1887-1960) - Españoles fuera de España, 1953- presenta a Séneca, cuando es desterrado a Córcega y enuncia: "carere patria, intolerabile est", pues aunque se acordaba del foro, de los amigos, de las plazas y calles romanas, "miraba atrás y veía el mundo de los bienes perdidos y la silueta insoportable de los que aprovechándose de su ruina triunfaban en Roma".

La obra de Marañón es un catálogo de las emigraciones españolas a lo largo de toda nuestra historia, en ocasiones éxodos masivos, por causas políticas, bélicas, religiosas o económicas. La lista de éxodos españoles es dramática: judíos, moriscos, españoles perseguidos por Napoleón, afrancesados después, emigrados de las guerras carlistas y huidos y desterrados de la guerra civil de 1936. En Galicia, las emigraciones casi siempre fueron forzadas por las necesidades y el hambre. Dentro de la Península, hacia Castilla y hacia Portugal, y en el extranjero, primero hacia América y después hacia Europa, que supusieron la despoblación de nuestras aldeas y la ruina de nuestras tierras.

Y el problema continúa. Intelectuales, científicos e investigadores se auto-expatrian voluntariamente buscando el lugar y el apoyo de otros países para desarrollar su trabajo, lo que lleva a que perdamos muchos de los mejores. El humanista y pedagogo Juan Luis Vives (1492-1540) dejó escrito: "Un intelectual es una parte de la conciencia de su patria durante los años de su vida mortal". Algo más habrá que hacer para no perder nuevos sabios e incluso para recuperar a los que ya se han ido.