La batalla contra el secesionismo la estaban librando hasta ahora desde Madrid un tropel de contables. Pero en vista de que esto va en serio, aunque parezca una broma, ya han surgido voces de escritores y otros artistas catalanes para rechazar el procés. De todas las opiniones me quedo con la de Juan Marsé que dice que para discrepar de lo que propone el Govern no necesita otro argumento que subrayar su incompatibilidad con el Estado de derecho. No hace falta mayor razonamiento. Es ilegal y ya está. Se trata, sin embargo, de una opinión en las antípodas de lo que piensa, por ejemplo, Pedro Sánchez. Sánchez insiste en que hay que dialogar con quienes se han encargado de romper todos los puentes. Naturalmente, hay que hablar y, sobre todo, hacer algo de pedagogía: convencer a la opinión pública, mayormente a la catalana, de que a un orate como Puigdemont todo lo que sea hallar un punto de encuentro más allá de que el referéndum hay que convocarlo de manera unilateral le entra por un oído y le sale por otro. ¿De qué quiere Sánchez dialogar? ¿De la plurinacionalidad de España que ni él mismo sabe en qué consiste? ¿Qué conclusiones para el acuerdo se pueden extraer de un sujeto, Puigdemont, que ha dicho que a él sólo lo puede inhabilitar el Parlament y que no va aceptar lo que digan los jueces? El diario parisino "Le Figaro" titula su editorial "Divorcio a la española" que viene a ilustrar el casticismo astracanado de este enojoso asunto que conduce a un desastre, con escala en el ridículo universal. En este viaje, más que nunca, son los locos los que guían a los ciegos.
