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De vuelta y media

Cuando llegaron los semáforos

Su instalación en Pontevedra comenzó a fraguarse hace medio siglo y se materializó dos años después en los cruces más conflictivos

Los semáforos se instalaron por primera vez en esta ciudad al mismo tiempo que los teléfonos de monedas, en el mes de julio de 1969. Ambos artilugios llegaron con cierto retraso a Pontevedra, como tantas otras modernidades. La cuenta atrás para su emplazamiento en los puntos negros del tráfico urbano comenzó hace exactamente ahora medio siglo.

El concejal delegado, José Hermida Vidal, presentó a la corporación una propuesta evaluada por una casa especializada en 574.980 pesetas para la dotación y el montaje de seis semáforos en los cruces de Peregrina, Benito Corbal, Daniel de la Sota, García Camba, San José y Fernández Ladreda. El pleno municipal dio su visto bueno el 27 de julio de 1966 y encargó la redacción del proyecto al ingeniero Enrique García Quintela.

Un cambio obligado de la mitad de la corporación a principios de 1967 supuso el relevo de Hermida por Aquilino Godoy Martínez al frente de la Policía Municipal y Tráfico. El nuevo concejal delegado abordó de inmediato la redacción de un ambicioso plan general de ordenación y señalización del tráfico, con el fin de encarar los graves problemas existentes.

A lo largo de varios meses, el arquitecto y el ingeniero municipal, el jefe de la Policía Local y el propio Godoy, se reunieron tres veces por semana para elaborar un estudio exhaustivo, que luego sometieron a la consideración de otros expertos. En términos comparativos y salvando las distancias, seguramente aquel fue el plan más riguroso y honesto que se hizo nunca en esta ciudad para encarar el problema del tráfico, cada vez más apremiante.

"La mayor preocupación ha sido que la ciudad disponga de un tráfico mejor organizado, circunstancia que está por encima de cualquier interés de tipo particular".

Esto dijo Godoy cuando presentó su plan, que obtuvo el respaldo unánime de la corporación municipal. Pero la habilitación del crédito para su realización, estimado en medio millón de pesetas, se retrasó más de lo debido. Don Aquilino, que era un excombatiente de carácter fuerte, reprochó al alcalde su dejadez, se enfadó mucho con Filgueira y no volvió más por el Ayuntamiento.

Tres meses más tarde se produjo la renuncia de Filgueira y su sustitución por Ricardo García Borregón, a mediados de 1968. Uno de los primeros objetivos del nuevo alcalde se centró en la recuperación del concejal díscolo, cuyo trabajo, honradez y caballerosidad, estaban fuera de toda duda. Borregón logró la vuelta al Ayuntamiento de Godoy bajo el compromiso de la inmediata puesta en marcha de la planificación aprobada con el crédito necesario.

Tras unas primeras medidas de carácter urgente, los semáforos adquirieron carta de naturaleza como actuación urgente de la segunda fase del "plan Godoy".

Hasta entonces, la ordenación y dirección del tráfico urbano era de carácter manual: las dos manos de los guardias municipales multiplicaban sus movimientos para dar paso o frenar al mismo tiempo a coches y transeúntes con la ayuda de un ruidoso silbato, priiii, priiii va; priiii, priiii viene.

A pie o subidos en una suerte de peana con una barandilla semicircular para apoyarse y tomarse un descanso, los guardias que realizaban aquella función terminaban cada jornada con sus brazos hechos polvo. De ahí los regalos navideños que recibían en sus respectivos puestos. Muchos conductores reconocían y premiaba así su ingrata tarea, con el Moto Club y el Vespa Club como principales animadores.

A decir verdad, el empeñó de los guardias de tráfico cedió, poco a poco. El paso del tiempo menguó un tanto sus bríos iniciales. No obstante, durante el verano de 1966, anterior a la instalación de los primeros semáforos, lograron que la ciudad no registrara un solo accidente de consideración, pese al notable incremento de su densidad circulatoria.

Los primeros semáforos se instalaron lógicamente en los puntos neurálgicos de la circulación rodada, es decir los lugares más conflictivos o puntos negros del entramado urbano pontevedrés:

El acceso a la Peregrina se blindó por sus cinco entradas y salidas en las calles Benito Corbal, Chocolate, Michelena, Oliva y Peregrina. Igualmente se emplazaron en el cruce de Benito Corbal con Daniel de la Sota y Cobián Roffignac; entre Cobián Areal y Benito Corbal, y también en el cruce de mayor peligrosidad, al límite del perímetro urbano, entre Fernández Ladreda, Salvador Moreno y la carretera de Marín

Su entrada en funcionamiento se produjo a primera hora de la mañana del 17 de junio de 1969 y la inauguración oficial se llevó a cabo al mediodía por el alcalde García Borregón y el concejal Godoy Martínez.

La presencia de un guardia en cada semáforo no evitó una cierta sensación de caos y desconcierto. La gente en general no estaba familiarizada con los colores que prohibían o autorizaban el paso; sobre todo el vecindario menos instruido del rural, desde las lecheras hasta las vendedoras de productos del campo, que transitaban a su aire por las calles pontevedresas. Y tampoco existía la costumbre de detenerse en seco y esperar un turno pacientemente antes de cruzar de acera.

Aunque martes, no fue 13 el día del estreno, pero como si tal. Conductores y viandantes, cada cual en disputa de su territorio, observaron unas cuantas deficiencias.

El semáforo de la Peregrina con Michelena, por ejemplo, mantenía la luz en verde para los peatones por espacio de unos quince segundos y luego permitía la circulación de los coches durante un minuto largo. Esa desproporción acumulaba gente a uno y otro lado, cuando las aceras eran muy estrechas, con la incomodidad consiguiente.

Los pontevedreses que tanto habían demandado la instalación de los semáforos como gran remedio para atajar los desmanes circulatorios, no ocultaron su amarga decepción. La anunciada panacea no fue tal cosa.

Aquel estreno resultó bastante insatisfactorio por acumulación o reiteración de pequeños fallos. Entonces la peatonalización no figuraba ni por asomo en ningún guion de aquel período de desarrollismo explosivo, con el coche como objeto del deseo de cualquier familia media.

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