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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La paciencia

Es posible que, a la vista de lo que ocurre -o al menos del ruido que suscita- en En Marea, a más de uno le venga a la mente aquello de que "a perro flaco todo son pulgas". Y aunque sea del todo cierto que los integrantes de ese partido instrumental nada tienen que ver con la raza canina y, a pesar de que esperaban mejor resultado electoral, no sería justo hablar de flaqueza, será difícil negar que "pulgas" -en sentido político- las tienen en abundancia y, además, parecen picar como diablos.

(Para ser del todo justos, al menos en opinión de quien esto escribe, habría que matizar que ese padecimiento no es exclusivo de la democracia y, con diferentes denominaciones, se constata que en cuanto alguien tiene algo de éxito -y aparte imitadores-, quien quiera que lo obtenga padece de inmediato las desventajas de esos insectos. Y como el antídoto para esos "triunfadores" es fracasar, los soporta mientras busca remedio eficaz, que suele ser la expulsión.)

Dicho lo anterior, era cuestión de tiempo que las pulgas llegasen a EM y que se fuesen multiplicando, sobre todo en el entorno de los que siquiera en apariencia mandan ahí dentro, por mucho que prediquen que el poder es colectivo; y ahí está el caso de don Luís Villares, actual portavoz único, y al que cada día le surgen más picores. El último en una de las partes tradicionalmente más delicadas del oficio, que son sus retribuciones y la cuota que ha de entregarse a la hucha común.

En un grupo tan heterogéneo y que además predica como si fuesen discípulos -agnósticos, eso sí- de Teresa de Calcuta, hablar de dinero suena especialmente mal, sobre todo si se discute por las cantidades a percibir y más aún por los porcentajes a donar. Y afortunadamente para los más reacios a la generosidad, todavía no entraron en el meollo, que no es tanto los suelos, como los privilegios, algo que siempre niegan, pero que existen y a los que nadie renuncia por más que prometan que lo harán.

En este punto quizá proceda aplicar otro refrán, ese que dice que "no hay mal que por bien no venga" y aprovechar el error del señor Villares, y el cinismo y la hipocresía de replicantes como Martiño Noriega, para abrir por fin un debate en serio sobre la profesionalización de la política, sus ventajas e inconvenientes y la existencia real de privilegios en quienes practican ese oficio y que podrían considerarse como ingresos atípicos por los que habría que tributar, como tributan otros. Y ahora que está de moda la prédica contra el fraude sería un muy buen momento.

¿O no...?

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