Toda crisis tiene una doble cara. La más visible y dolorosa se manifiesta en destrucción de empresas y hundimiento del empleo. Desigualdad y pobreza. También desconfianza y una insondable depresión que se apodera de la psicología social. Los ciudadanos sienten que las certezas -económicas- y las ilusiones en las que se asentaban sus proyectos sociales y vitales, de pronto, se derrumban. Es un periodo doloroso, y, más allá del tiempo real que se extienda, interminable. Pero las crisis constituyen también un tiempo propicio para el cambio. Un periodo de catartis, de eliminación de excrecencias y anacronismos -modelos de negocio, procesos y modos de trabajar agotados y aplastados por la implacable losa de la competitividad-. Es un momento de replanteamiento y búsqueda de nuevos objetivos y medios para alcanzarlos. De exploración de territorios hasta ahora ignotos. De búsqueda y de riesgos. De activar al máximo la capacidad de resiliencia. Como ha sabido hacer con indudable éxito la industria naval gallega.

Porque el naval ha salido del hoyo en que por causas indirectas -como la doble recesión o el batacazo europeo que le propinó la abrogación del antiguo tax lease- o directas -como la mala gestión en algunas factorías- había caído hace ya seis años. Superado ese periodo negro, los astilleros de las rías de Vigo y Marín lideraron en el primer semestre del año la contratación de buques en España (algo que no ocurría desde 2011), y en las rías altas, Navantia Ferrol avanza en su recuperación y Fene cosecha sus primeros éxitos en el segmento de la eólica marina. En este escenario esperanzador también ha jugado un papel relevante -decisivo para algunos astilleros- la implicación directa de la Xunta, el Estado y Pymar. Una vía de colaboración que sería bueno que se mantuviese en el futuro.

El presente del sector es positivo, aunque todavía esté lejos de satisfacer el tremendo potencial que atesora y de las cifras alcanzadas hace una década. Pero el futuro invita al optimismo. Como muestra, los cuatro barcos anunciados por FARO en los últimos diez días: dos pesqueros (un arrastrero y un palangrero), de Nodosa en Marín y Xunqueira en Moaña, un buque oceanográfico de Freire para Kuwait y sobre todo el crucero de ultralujo de Hijos de J. Barreras para la exclusiva cadena hotelera estadounidense Ritz-Carlton (Marriott International). Este último proyecto aspira a ser la punta de lanza de Galicia para hacerse un hueco en este codiciado segmento de buques de alto valor añadido, hasta ahora coto privado de los grandes constructores navales europeos.

Por primera vez en más de un quinquenio, todos los astilleros gallegos tienen buques en cartera. Todos tienen trabajo y sus gradas ocupadas. La travesía hasta arribar a ese puerto llamado esperanza ha sido traumática. Por el camino se han quedado factorías históricas como MCíes o Factoría Naval de Marín (cuyas instalaciones fueron adquiridas en el proceso de liquidación por Nodosa). Otras han tenido que afrontar procesos concursales y largas etapas de inactividad, como la propia Barreras o Factorías Vulcano. Y un puñado han logrado esquivar los embates de la crisis explorando nuevos nichos de negocio o diversificando su actividad.

La suspensión en 2011 del antiguo sistema de bonificaciones fiscales que tenían los astilleros para competir en precio con sus homólogos europeos, el viejo tax lease, tras una denuncia basada en falsedades -como dejaría en evidencia una sentencia del Tribunal de Justicia Europeo de 2015- de los constructores navales holandeses, quebró la confianza de los inversores en las factorías gallegas. A este varapalo se sumaron los peores años de la recesión y la caída todavía sin fin de los precios de los hidrocarburos, que paralizaron la renovación de las flotas de servicio a esta industria (supplies, sísmicos, floteles, ancleros, etc.) una de las especialidades del naval gallego. El naval gallego estaba en medio de una tormenta perfecta.

El paisaje hoy es radicalmente diferente. El sector dispone de un nuevo tax lease aprobado por Bruselas y blindado jurídicamente. Ha recuperado la credibilidad de inversores y bancos y se ha valido de un viejo conocido como es la pesca, en cuyos orígenes están también los de los astilleros, para coger aire y recuperarse. Y es que la renovación de las flotas de pesca, tanto nacionales como extranjeras, ha reactivado el sector naval cuando más lo necesitaba. De hecho, aproximadamente la mitad de los buques en cartera en Galicia son pesqueros de distinto tipo, desde grandes arrastreros para armadores vigueses o extranjeros (Alemania, Groenlandia, etc.) a atuneros y palangreros.

La otra mitad son barcos singulares con un elevado nivel de especialización: buques escuela, oceanográficos, ferries, remolcadores multipropósito y a partir de este año, minicruceros. Porque el megayate de 190 metros de eslora que Barreras construirá para Ritz-Carlton es el paradigma de la capacidad del sector para reinventarse y hallar nuevas oportunidades de negocio, así como del potencial de la industria auxiliar y los fabricantes de equipos navales que hay en Galicia. El naval gallego puede -así lo revela su trayectoria- hacer cualquier barco. No teme los desafíos. Al contrario, casi los buscan. Sobran ejemplos: desde el primer flotel del mundo, el Edda Fides, a auténticos laboratorios flotantes como el RRS Discovery, buques escuela como el Bima Suci, superyates como el Maybe y el Naia, y offshore de primer nivel como el Lay Vessel 108, entre otros. ¿Por qué no un crucero ultrapremium?

Ahora que los inversores han regresado, los bancos apuestan de nuevo por el sector y la reactivación económica está impulsando a los navieros y armadores a renovar sus flotas, los astilleros gallegos tienen que evitar los errores del pasado y aprovechar ahora ese viento que sopla de popa. Las factorías deben liderar la transformación tecnológica vinculada a la cuarta revolución: la Industria 4.0; impulsar la formación de un personal bien cualificado, que con la crisis y la inactividad o bien escasea porque ha tenido que emigrar o corre el riesgo de quedarse obsoleto. Y también consolidar en Galicia un polo de proveedores y fabricantes de tecnología para reducir su dependencia de los países nórdicos, principalmente. El tránsito de la chapa al chip es primordial.

El naval gallego no ha llegado a la meta, sino que simplemente vuelve a estar en la carrera, con el rumbo adecuado y las velas extendidas. Porque hoy está mejor pertrechado, con confianza plena en sus capacidades, fortalecido por la experiencia de la crisis y dispuesto a dar la batalla. Esta vez para ganarla.