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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los sabios

A primera vista, y dicho sin la menor intención de enmendarle la plana a los sabios de la comisión asesora para la obtención de un nuevo sistema de financiación autonómica, hay que reconocer que no serán pocos los que, leída alguna de las conclusiones ya publicada, digan que, de momento y para su viaje, no se necesitaban alforjas. Porque deducir a estas horas que el mejor modo de lograr dinero para mejorar el reparto consiste aumentar los impuestos, equivale a defender las cuentas del Gran Capitán redactadas tras los cálculos de Pero Grullo.

Conste que cuanto precede, que se expone desde la prudencia y el respeto a quienes, como es obvio, saben de todo ello bastante más que quien opina, queda escrito como observación producto de la sorpresa. Porque ahora mismo proponer que se eliminen las limitaciones fiscales a las herencias, por ejemplo, equivaldría a una especie de dilema maligno: habría bastantes ciudadanos que, por si acaso, se acogerían al beneficio de inventario y no pocos renunciarían a un legado perfectamente legítimo pero encarecido, y otros optarían, pese a todo, por aceptarlo, aunque tuvieran que dejarse parte de él en las siempre voraces faltriqueras del ministro de Hacienda, estos días precisamente bajo una gran tormenta.

Es evidente que buscar fórmulas para obtener la cuadratura del círculo ha sido una tentación histórica equivalente a gastar mucho recaudando menos y haciendo así felices a los contribuyentes. Pero eso, como la monserga de que bajar los impuestos es lo mismo que ahorrarle la declaración anual de IRPF a los "menos afortunados" a la vez que se suprimen o reducen -de forma muy discreta, claro- deducciones, es un cuento chino elaborado por oportunistas para captar votos entre incautos.

(En este punto quizá no estorbe, al menos como punto de vista personal, una observación. Los tiempos que corren, en apariencia dedicados a una especie de Causa General contra la corrupción, son proclives a confusiones conceptuales, como considerar que ese vicio consiste en apoderarse de dinero público bajo numerosos sistemas, todos ellos ilegales o irregulares. Y no es solo eso: han de incluirse, por ejemplo, las fórmulas múltiples con las cuales algunos políticos logran engañar a la gente del común diciéndoles algo que no es cierto o prometiéndole lo imposible.

Si se acepta esta reflexión, podrá convenirse, además de que el problema es aún más grave de lo que se cree, que la necesidad de resolverlo es todavía más urgente y la complejidad del desafío, enorme. Por eso no conviene que los que puedan aportar soluciones, siquiera parciales, las busquen en bálsamos fáciles: han de trabajar como Domingo de Silos dijo a los asistentes al Compromiso de Caspe, que dio salida a un conflicto dinástico en Aragón: con ciencia, prudencia y conciencia. Eso sí es de sabios.

¿O no...?

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