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Joaquín Rábago.

El teatro alemán pasa página

Pude seguir de cerca el teatro de Claus Peymann en la etapa en la que dirigió en Bochum, en la cuenca del Ruhr, mientras trabajaba de corresponsal en la entonces capital de la República Federal de Alemania.

Peymann fue un auténtico renovador del teatro germano y no solo supo actualizar a sus clásicos como Goethe, Lessing, Schiller o Büchner, vistiéndolos con nuevos trajes, sino que montó también a algunos de los autores más interesantes de aquellos años posmayo del 68.

Así, su nombre es hoy inseparable, entre otros, de los austriacos Thomas Bernhard, Peter Handke y Elfriede Jelinek o del húngaro nacionalizado británico George Tabori, a cuyas obras dedicó montajes que han hecho historia.

Coincidí con él algunos años más tarde en la capital austriaca, donde llevaba algún tiempo dirigiendo el Burgtheater, tal vez el teatro más importante de los países de lengua alemana.

En Viena protagonizó más de un escándalo con montajes como el de la obra "Heldenplatz", en la que Thomas Bernhard denunciaba la hipocresía del pueblo austriaco con su pretensión de haber sido solo la primera víctima de Hitler y no cómplice del nacionalsocialismo.

Volví a encontrarme con él en Berlín, donde llevaba desde 1999 al frente del Berliner Ensemble, el legendario teatro creado por Bertolt Brecht y en el que ha montado al propio Brecht, a Schiller, a Büchner, a Molière, Shakespeare y a tantos otros grandes nombres del teatro universal.

Ahora Peymann abandona definitivamente el Berliner Ensemble, y su marcha coincide también con la de otro gran director escénico, Frank Castorf, que deja tras un cuarto de siglo la Volksbühne, el teatro de la plaza de Rosa Luxemburgo, en el antiguo Berlín Este.

Ambos han sido siempre partidarios de un teatro político, provocador, radical, capaz de irritar y poner continuamente a prueba al espectador en lugar de limitarse a tranquilizar su conciencia como el teatro burgués tradicional.

Y uno y otro han vivido siempre y viven para el teatro, pues, como dice Peymann, "¿qué sería Europa sin Shakespeare, Goethe, Molière o Goldoni? Y no con Merkel o Macron".

Por su parte, Castorf ha defendido el teatro como "conflicto", algo que, como él mismo explica, comenzó ya con los grandes clásicos griegos, con Esquilo y Sófocles, cuya época coincide, y no es casualidad, con el surgimiento de la democracia.

Porque conviene no olvidar, dice Castorf, que "Atenas era una sociedad eslavista y la democracia, algo de privilegiados y explotadores", como, aunque sea bajo nuevas formas, sigue ocurriendo, lo cual hace imprescindible un teatro crítico como el que ambos propugnan.

Castorf ha sido capaz de insertar en un montaje del "Fausto", de Goethe, citas de Frantz Fanon, el gran escritor anticolonial caribeño o algún fragmento del filme de Gillo Pontecorvo "La batalla de Argel".

En el Berliner Ensemble, Peymann será sustituido por Oliver Reese, a quien aquél ha acusado de "inhumanidad y culto al marketing" por no renovar el contrato a 33 de los 35 actores de lo que era hasta ahora una compañía estable, algunos de ellos con hasta 40 años de profesión a sus espaldas.

La dirección de la Volksbühne a su vez ha sido encomendada por los responsables culturales de Berlín al belga Chris Dercon, una especie de manager cultural que ha estado al frente de varios museos, el último de ellos el Tate Modern, de Londres.

Sus críticos, que son muchos, le acusan de querer comercializar esa prestigiosa institución cultural a base de producciones externas capaces de atraer a un público internacional en un Berlín cada vez más cosmopolita y abierto como Londres al turismo.

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