Con Armenia y Georgia (Hayastán y Sakartvelo en sus lenguas respectivas) los intelectuales europeos han mantenido y mantienen profundos sentimientos de amistad y solidaridad, si bien los sucesivos gobiernos europeos, a pesar de una aparente actitud favorable, no han hecho nada por sus pueblos en momentos decisivos (y terribles) de su historia, con solo cínica atención a intereses globales.

De una antigüedad tremenda, Georgia ya está presente en el mundo griego bajo el avatar del reino de la Cólquida, expedición de los argonautas y la caucásica Medea, antes con Prometeo, el héroe Aminari de los georgianos. Por lo que se refiere a Armenia, en 1968 se celebró el 2.750 aniversario de la fundación de su capital, Yereván, la antigua Erebuni del reino de Urartu que conquistaron y con el que se fundieron los protoarmenios.

Ambos pueblos fueron evangelizados en los siglos III/IV y sus iglesias nacionales, autocéfalas, han sido un factor esencial de cohesión nacional en las pruebas deparadas por la historia. Gracias a esta imbricación de iglesia y nación, georgianos y armenios han sobrevivido a las periódicas invasiones de los grandes imperios: persas, árabes, turcos, mongoles para acabar bajo la protección (y el dominio) de Rusia (zarista y soviética). El precio ha sido la sangre de muchos cientos de miles de muertos, los últimos los cerca de cuatrocientos mil georgianos desaparecidos en las purgas de los georgianos Stalin y Beria y el más de medio millón de armenios víctimas del genocidio turco.

Georgia y Armenia siempre fueron aliadas de los poderes europeos (griegos, romanos y bizantinos) en sus guerras con los enemigos de Oriente. Tuvieron también sus épocas de esplendor: la Georgia de David IV y de la reina Tamar que dominó en el siglo XII el Cáucaso y los armenios, además de sus antiguos reinos, tuvieron un papel extraordinario en Bizancio que, se ha dicho, debería ser llamado imperio greco-armenio por el enorme papel de los armenios, emperadores, jefes y contingentes militares, funcionarios y administradores.

La integración en el mundo ruso hasta la desaparición de la Unión Soviética tuvo sus aspectos positivos: a salvo de enemigos exteriores, conservaron lo esencial de su identidad y alcanzaron el alto nivel científico, tecnológico y cultural que los caracteriza en la actualidad.

Así llegan ambas naciones a nuestro tiempo aunque con pérdidas territoriales por el camino que en el caso de Armenia llegan al noventa por ciento de su extensión histórica.

La incorporación a Europa de ambos pueblos europeos será objeto de un próximo artículo.