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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La firmeza

A la vista de los primeros balances de los conflictos laborales recientes o en curso, no parece que le vaya a costar mucho trabajo a esa especie de alianza que el "nuevo" PSOE y el ya "veterano" -por lo rápido que ha integrado los usos y costumbres de la antigua "casta"- Podemos han alcazado para laminar algunas de las leyes aprobadas por el PP cuando éste disponía de mayoría absoluta. En especial las que se refieren a lo laboral, porque en un plisplás doblegaron, sus apéndices sindicales, a la patronal de la estiba y en otro se pasaron por el forro la normativa sobre la huelga.

(Se habla de "apéndices" en relación a las centrales sindicales porque pocas veces, desde el final de la doble afiliación, se ha visto con tanta nitidez cómo sirven los supuestos defensores de los derechos laborales no a ese fin sino a la causa política que los acoge con más "cariño", que son el PSOE de Sánchez y la amalgama de Pablo Iglesias. Y esa afinidad es tan evidente que ya no se precisa aquella militancia doble: ahora basta solo con la del partido o el sindicato: son tal para cual. Salvo algún matiz).

Naturalmente, cuanto precede no es sino una opinión personal que muy probablemente no compartirán ninguno de los citados o aludidos. Pero que se fundamenta en el hecho objetivo de que tanto la fuerza de Pablo Iglesias como la mayor parte de la izquierda sindical, se habían alineado en las primarias del PSOE en apoyo de Pedro Sánchez. No ha de extrañar por tanto que ahora se note aún más la simbiosis de tácticas y estrategias. Y como diría el castizo, aún falta mucho por ver.

Lo más duro de cuanto ha de llegar todavía es que parte de los actores sociales, alguna patronal y casi todos los sindicatos, parecen decididos a jugar sin más horizonte que el éxito de sus causas y hacer que doble la cerviz del adversario. Aún a costa de olvidarse de las normas que rigen los conflictos.

Quien lo dude debiera reflexionar acerca de lo ocurrido en la estiba, donde se ha conculcado, con más o menos subterfugios, el espíritu de la normativa europea, o en la del transporte, donde los servicios mínimos, en teoría obligatorios, son como el arpa de Bécquer: un instrumento hermoso pero inútil porque no hay una mano que sepa tocarlo. O peor todavía: que las que podrían hacerlo carecen de la voluntad o la firmeza necesaria para lograrlo.

Y es que, dicho siempre desde un punto de vista particular, el quid de la cuestión es resolver conflictos y frenar los aparentes intentos de vulnerar reglas democráticas sustituyéndolas por intrigas de despacho. Porque la libertad y el gobierno del pueblo, por el pueblo y con el pueblo solo es posible con normas de convivencia y reglas para asegurarlas. Es decir, ejercicio y respeto a la voluntad de la mayoría, y si ese ejercicio no se lleva a cabo, pierde la democracia y ganan aquellos a los que en el fondo no les gusta nada de lo que no es su prédica. ¿Eh?

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