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Ilustres

Los cronopios terroristas

Todas las noches de Buenos Aires, un ejército de cronopios terroristas le cambia la denominación a la plazoleta de Julio Cortázar, intuyendo que el escritor argentino jamás habría dado su conformidad a que espacio alguno llevara su nombre porque cuando Martín Caparrós le preguntó a Cortázar si creía que alguna vez le pondrían su nombre a una calle, a una plaza, éste contestó: "Uy, qué espanto, ojalá no lo hagan. Nada me daría más horror." Así que para ser fieles a la memoria de Julio Cortázar, los cronopios, armados con una escalera (ya se sabe de la insignificante estatura de los cronopios) y con un bote de pintura y pinceles, varían la denominación al cartel de la plaza y de esa forma cada mañana la plazoleta se llama de una manera distinta: plazoleta del reloj, plazoleta de los hinchas, del tango, de la concha de tu madre, del silencio, de Jack El Destripador, del gil, de Diego Armando Maradona, del mate, del jazz, del boxeo, del carajo.

Cuando tienen ganas de joder bien, la renombran plazoleta de Jorge Luis Borges. Así todas las noches. Después los cronopios entran en un bar próximo, piden café con leche con mucho azúcar y se parten de risa viendo cómo los obreros del ayuntamiento borran los nombres que ellos le ponen a esa plazoleta y vuelven a grabar el del escritor grandote. Los cronopios llevan cometiendo tales desatinos razonables desde el día 1 de enero de 2014, por ser este el año en el que se cumplió el centenario del nacimiento de Julio Cortázar (que, como buen argentino, fue a nacer en Bruselas) y no piensan parar hasta el día 31 de diciembre de 2084, cuando se cumpla un siglo de su muerte que, como buen argentino, la citó en París. La precisión es una de las características de los cronopios.

Los belgas, que son seres razonables, instalaron en Bruselas una escultura bastante extraña con la cabeza del famoso autor de Rayuela y ahí estriba el problema mayor de los cronopios argentinos: no hay cronopios belgas. Franceses sí: pocos pero muy activos, que se reúnen en el cementerio de Montparnasse, delante de la tumba de Cortázar y de Carol Dunlop y tocan jazz entre trago y trago de beaulojais. Pero cronopios belgas o no existen o están ocultos. Los buscaron en Bruselas, en Amberes, en Gante, en Lovaina, en Brujas, en Halle, en Asse, en Fleurus, en Mol, pero sólo encontraron funcionarios, tenistas, cantantes, pasteleros, jeques, políticos, fontaneros, reyes, joyeros, jubilados, dibujantes, trapecistas y otras gentes de mal vivir pero ni un solo cronopio.

Digámoslo claramente: un país sin cronopios es un país de mierda. Así pues, una facción de cronopios argentinos está yendo a clases urgentes de francés (los cronopios no tienen facilidad alguna para el neerlandés, el alemán y el inglés) con el fin de desplazarse hasta la capital belga y decapitar pleonásticos la cabeza (lógicamente: para qué servimos, si no podemos decapitar, comentan entre ellos con aire jacobino y revolucionario) de Julio Cortázar una noche sí y otra también y después, aunque no sea la hora más adecuada, entrar en un bar, pedir una cerveza y unos mejillones, y a morirse de risa viendo cómo los obreros del ayuntamiento bruselense se desloman recomponiendo cada mañana la cabeza del escritor argentino decapitado.

De momento, los componentes de la facción que proyecta atravesar el Atlántico ya aprendieron a decir bonjour, s'il vous plaît, merci y bière. No se sabe por qué, les da mucha vergüenza decir moule. Y mucho miedo viajar en avión pero, por el piantado de Julio, lo que sea, se animan entre ellos. Al prescindir del acompañamiento de los mejillones y beber la cerveza en ayunas, sospechan que van a pillar unas borracheras de tres pares de moules pero no les importa sacrificio alguno para salvaguardar el buen nombre y el honor y la memoria del mayor de los cronopios, Julio Cortázar.

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