Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ceferino de Blas.

Nuestro inquisidor

Si algo admiro del viejo parlamentarismo es el dominio del lenguaje y la escena de los próceres, que se echa en falta. Ejemplos como Castelar o Cánovas -con calles en Vigo por su vinculación a la ciudad- ya no existen.

Sabedores del reproche, algunos tratan de suplir las deficiencias y acuden a manuales de frases hechas para barnizar la erudición.

Se agradecen las citas, si vienen a cuento, y que salgan a relucir nombres de personajes históricos. Elevan el tono del discurso para los avisados y dan oportunidad de culturizarse, aunque sea con la Wikipedia, a quienes no.

Lo hizo Rivera y se lo echó en cara Iglesias, en el último e inmisericorde debate de la reciente moción de censura: cita sin conocer a los autores, le espetó. Aunque tampoco es el Parlamento un taller de literatura para que los diputados tengan que superar un análisis de texto.

Los de Podemos parece que no hayan pasado de Antonio Machado -¡bendito sea!-, al que citó la portavoz como poeta, y su jefe como prosista. Comentó este que hace años había entregado un ejemplar del "Juan de Mairena" a Rajoy para que se ilustrase, en lugar de tanto leer el "Marca" y FARO. Lo recordó en una parrafada moralizante, como si en todo ese lapso no hubiese leído otro autor. Los suyos agradecerían nuevas citas. En los tiempos de la Transición, Alfonso Guerra puso de moda a Mahler, y todos los socialistas escucharon sinfonías.

Los populares, objeto de la censura, y de lo que les cae encima por la corrupción, han encontrado un elemento de defensa en la Inquisición.

Por eso restriegan sus brutalidades a los adversarios, aunque no se hayan aplicado a encontrar inquisidores generales que resulten novedosos.

Todos citan a Torquemada, el primero de la serie. Erróneamente, hay quien incluye en la lista a Savonarola, que fue un gran represor, pero no inquisidor. Al contrario, acabó en la hoguera condenado por la Inquisición.

Para nutrir el bagaje argumental, he aquí un par de nombres, geográficamente próximos, comenzando por el vigués Diego Sarmiento de Valladares (1611-1695).

En el opúsculo "Memorias de Vigo", Vesteiro Torres recrea con meticulosidad el auto de fe que se celebró en la plaza Mayor de Madrid el 30 de junio de 1680.

Los autos de fe, presididos por el Tribunal de la Santa Inquisición, estaban concebidos como una gran función teatral, que remataba con el espectáculo tétrico y salvaje del garrote y la hoguera para los condenados a muerte, que asistían a la escenificación en la que se lee su sentencia. Los reos superaban la centena, de ellos diecisiete gallegos.

Refiere Vesteiro: "El teatro se alzó en la plaza Mayor con inusitado lujo y el palco del inquisidor estaba a mayor altura que el del monarca". Al magno ceremonial asistieron el rey Carlos II, la reina María Luisa de Orleans y la reina madre, Mariana de Austria, los grandes de España, la Corte y todos los personajes importantes de provincias.

El espectáculo duró catorce horas ininterrumpidas, en las que nadie se movió. Terminado el mismo, "los reos partieron de allí al quemadero, situado en las afueras de la puerta de Fuencarral, o a las cárceles, según las sentencias".

Fue tan célebre que el pintor manierista Francisco Rizi le dedicó un cuadro de gran tamaño, en el que perpetúa el terrible drama. Retrata la solemnidad del acto y las más de tres mil personas que asistieron. Actualmente se encuentra en el Museo del Prado.

Un comportamiento tan inhumano no significa que los inquisidores generales fueran malvados e ignorantes. Al contrario: poseían los mayores conocimientos de la época. Por eso los elegían, por su capacidad de contrarrestar la heterodoxia con la ortodoxia, que era la única regla válida.

Hasta tal grado llegaba la sabiduría de Valladares que, según Vesteiro, "el talento de este personaje fue inmenso y su memoria monstruosa. Feijoo le llama héroe de la jurisprudencia".

Por razones de paisanaje, el escritor vigués minimiza el comportamiento de Valladares en comparación con el de Tomás de Torquemada, al que le atribuye más de ocho mil sentencias a muerte.

Junto a la brutalidad aneja al título, Diego Sarmiento dejó obras importantes y caritativas. No se olvidó de Vigo: donó "rentas para distribuir a los pobres de Valladares y otras para rescatar cautivos de la comarca viguesa".

Entre los varios cargos que desempeñó -los más importantes del reino, incluido el de preceptor real-, figura el de obispo de Oviedo.

De allí procede el segundo ejemplo, el inquisidor general Fernando Valdés Salas, al que se debe la fundación de la Universidad de Oviedo. Los que visiten aquel hermoso claustro encontrarán su estatua en el centro del patio. Quien quiera saber de sus hazañas inquisitoriales, puede leer la magnífica biografía del historiador González Novalín: "El inquisidor general Fernando de Valdés (1483-1568)". Merece la pena.

Es evidente que hay más nombres para el argumentario - ¡la Inquisición duró de 1478 a 1834!-, y para hacer más ilustrativas y amenas las sesiones del Parlamento.

La ironía fina, las citas cultas y la buena oratoria aportan frescura al debate. El lenguaje exclusivamente político es demasiado aburrido: una irresistible invitación a sus señorías para que busquen juegos en los móviles.

Haz click para ampliar el gráfico

Compartir el artículo

stats