Si en algunos sectores Galicia es referente mundial, sin duda uno de ellos es el de la pesca, los moluscos y la acuicultura. El gran potencial que atesora en esta actividad la ha situado también a la vanguardia científica en este tipo de productos de la mano de un entramado investigador de primera. Así que reforzarlo con otro laboratorio puntero para Europa, más allá de su impacto económico, generaría un salto cualitativo de envergadura.

La ocasión está servida. La salida del Reino Unido de la UE supone su renuncia, entre otras agencias europeas, al laboratorio comunitario de control bacteriológico de los bivalvos, actualmente en el Centre for Environment & Aquaculture Sciencie (Cefas), en Weymouth, al sur del país. Consciente de su relevancia científica, la conselleira de Pesca, Rosa Quintana, ha estado rápida y diligente a la hora de reclamarlo y trasladar la candidatura gallega al Gobierno central, en cuyas manos está ahora dar la batalla decisiva en el Consejo Europeo.

Se sabe que hay muchos pretendientes, aún no oficializados. Y se teme una decisión salomónica final para trocearlo y contentar a más de un aspirante. Sería imperdonable aplicar este criterio, que no se hace con otras sedes en juego. La Comisión Europea contará con una lista definitiva de candidaturas a finales del próximo mes para decidir, previsiblemente en octubre, la reubicación de los entes comunitarios hasta ahora en Reino Unido.

En el caso del laboratorio para el que fue designado el Cefas inglés en abril de 1999, las bazas gallegas para lograrlo son abrumadoras. En el plano científico, el know-how del centro británico -monitorización de biotoxinas, fitoplancton, contaminación en la producción de bivalvos- existe ya en el Instituto Tecnológico para el Control del Medio Marino (Intecmar), ubicado en Vilagarcía. Se trata de toda una referencia a nivel mundial en la detección, seguimiento y aplicación de medidas correctoras en todo lo referido a biotoxinas marinas.

Como también lo es en lo relacionado con oceanografía y fitoplancton, contaminación química, microbiología y patologías. Es, en definitiva, una garantía en seguridad alimentaria como también, en cierto modo, un sello de diferenciación para los productos que se cultivan y extraen en Galicia, igual que puede serlo para los de otros países europeos. El Intecmar forma parte de una red mucho más amplia en la que se incluye el Instituto Gallego de Formación en Acuicultura (Agafa), con sede en A Illa; el Centro de Investigaciones Marinas (Cima) con bases en Vilanova y Viveiro; y el Centro Tecnológico del Mar (Cetmar), en Vigo.

Pero por si todo eso no fuera suficiente, hay otra fortaleza que se antoja definitiva como es que Vigo acoge desde 2004 el laboratorio europeo de referencia para el control de las biotoxinas marinas con un desempeño sobresaliente. Dependiente del Ministerio de Sanidad y Consumo, su cometido es proporcionar información a los laboratorios de referencia de cada país sobre los métodos de análisis y las pruebas comparativas; coordinar a todos ellos, favorecer y desarrollar nuevas investigaciones, perfeccionar las plantillas y colaborar con terceros países, proporcionando asistencia técnica y científica a nivel europeo.

Pero no solo hay razones científicas de sobra. Las hay de todo tipo. Históricamente, el mar y sus sectores derivados forman parte del ADN, de la esencia misma de Galicia y sus gentes. Económicamente, el sector pesquero y marisquero, con sus potentes industrias transformadoras y conserveras, es puntero a nivel mundial y constituye uno de los pilares del PIB gallego. Vigo es el primer puerto mundial de pesca fresca y en Vigo nació la investigación pesquera (cien años acaba de cumplir el Centro Oceanográfico). Las rías son una fuente ingente de riqueza. Galicia, con el 90% del mejillón nacional, lidera la producción en Europa y es el segundo productor mundial de este bivalvo -en dura pugna con Chile- solo por detrás de China.

Precisamente esa masiva producción del "oro negro" de batea -239.000 toneladas el pasado año- requiere de unos controles exhaustivos de los contaminantes virales y bacteriológicos a los que se somete; seguimiento que es exactamente lo que se canaliza en el centro europeo que ahora perderá Londres.

Galicia está, así pues, sobradamente preparada para acoger un centro investigador de este tipo. Y lo está, no por oportunismo o por casualidad, sino porque reúne condiciones incontestables que muy pocos países europeos pueden ofrecer si de lo que se trata es de garantizar el control del medio marino y de los productos que llegan al consumidor final.

La única sombra radica en el grado de compromiso y de defensa que adopte el Gobierno central, que es quien ahora tiene la obligación de pelear hasta el final por conseguirlo. Cabe exigirle, cuando menos, que lo haga con la misma determinación con la que puja por la Agencia Europea del Medicamento para Barcelona o la Autoridad Bancaria Europea para Madrid. Aunque no sea de igual ringorrango, conseguir la que pide Galicia supondría un nuevo salto hacia la excelencia de la base científica de la comunidad. Se trata de apoyarla con determinación, sensatez e inteligencia, sin entrar en guerras territoriales, pero aprovechando la oportunidad porque, sencillamente, es de las que surgen muy pocas veces.