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El cisma del Corpus

El Ayuntamiento protagonizó en defensa de la tradición un duro enfrentamiento con la Iglesia en 1972, que requirió la mediación in extemis del obispo Cerviño

El Ayuntamiento mantuvo con la Iglesia hace exactamente 45 años a causa de la celebración del Corpus uno de los enfrentamientos más agrios que se recuerdan en la historia de Pontevedra de la segunda mitad del siglo XX. Sus protagonistas ya están muertos. Sin embargo, todavía viven muchas personas que conocieron de primera mano aquel sonado cisma.

Habitualmente, una protocolaria reunión entre los curas párrocos de las principales iglesias y los representantes de la Cofradía del Santísimo Sacramento un mes antes de la fecha correspondiente al Corpus, marcaba el inicio de todos los preparativos. El mismo ceremonial se repetía un año tras otro sin el menor problema, hasta que en 1972 surgía el lío morrocotudo.

El anuncio de la suscripción popular a través de la Librería Antúnez y los Establecimientos Radio Pontevedra para sufragar los gastos de dicha festividad, se retrasó de manera incomprensible. El conflicto ya estaba latente y llegó un momento en que no pudo ocultarse más tiempo.

El 9 de mayo de aquel año trascendió un abierto desacuerdo del Ayuntamiento frente a la pretensión anunciada por los curas párrocos a la Cofradía del Santísimo, organizadora de la procesión, de introducir cambios sustanciales en sus costumbres y modos. Unas innovaciones que cuestionaban, nada más y nada menos, que la participación de los gremios con sus imágenes, al tiempo que rompían la alternancia en la salida de la procesión entre Santa María y San Bartolomé, y también variaban su recorrido. Algo nunca visto en cinco siglos de respetadísima tradición.

Augusto García Sánchez, que entonces estaba al frente del Ayuntamiento y de la Cofradía del Santísimo Sacramento, puso el grito en el cielo y sacó a pasear su genio endiablado. Pocas veces lo hacía, pero cuando lo hacía era mejor no llevarle la contraria a don Augusto. ¡Aquí se armó la marimorena!

El alcalde trasladó de viva voz a la Comisión Permanente un pormenorizado informe sobre de los cambios anunciados por la Iglesia. Y sin tiempo para reunir a la corporación en pleno, la Permanente Municipal cerró filas y acordó por unanimidad plantar cara a los párrocos, algunas de cuyas pretensiones llegaron a calificar de anticanónicas.

Aquel escrito oficial de "traslado urgente", también se etiquetó como de "máximo secreto". Lo primero se cumplió de inmediato, pero lo segundo no pudo evitarse. La reserva no se guardó ni veinticuatro horas.

Cuando los pontevedreses conocieron la trifulca montada entre el Ayuntamiento y la Iglesia, no dieron crédito y creyeron que estaban soñando: el cisma estaba servido porque nadie quería dar su brazo a torcer.

"La Corporación Municipal ve con profundo desagrado las innovaciones que, de forma unilateral, intenta introducir el clero parroquial, oponiéndose totalmente que se lleven a cabo y haciendo constar su más enérgica protesta."

Así comenzaba un largo y contundente escrito que no tenía desperdicio. Además de advertir de la supresión de cualquier ayuda económica, se formulaban algunas reflexiones y fuertes descalificaciones con el Derecho Canónigo por delante.

El Ayuntamiento negó a los párrocos su autoridad moral, tanto individual como colectiva "?para suprimir un costumbre de tal fuerza y categoría, capacidad reservada al Ordinario, quien hasta ahora no consta que se haya pronunciado expresamente en un problema tan grave que no puede tratarse a la ligera".

Para el alcalde García Sánchez y sus tenientes de alcalde, el pretendido cambio vulneraba "una costumbre inmemorial, documentada desde el siglo XV, no expresamente reprobada en el Código de Derecho Canónico".

"Las modificaciones pretendidas -añadían- no respetan tampoco los privilegios expresa y legítimamente adquiridos por el antiquísimo Gremio de Mareantes de Pontevedra."

En defensa del ceremonial acostumbrado hasta aquel año, los munícipes pusieron el dedo en la llaga, nunca mejor dicho, cuando respondieron que la organización tradicional no quebrantaba ningún precepto canónico, ni disposición eclesiástica alguna:

"La procesión -subrayaron- comienza en las cruces parroquiales y finaliza en el clero que, revestido, acompaña al Santísimo Sacramento. Los pendones, insignias e imágenes patronales de los gremios, la Nao, las gaitas acompañan y preceden a la procesión, pero no forman parte de ella"

Ante el cariz de la situación, que causó verdadera alarma social entre las gentes biempensantes, el obispo vicario capitular, José Cerviño Cerviño, tomó cartas en el asunto y convocó de inmediato a las partes en litigio. De forma absolutamente discreta se celebró una reunión en la cumbre, con el palacio arzobispal de Santa Clara como marco para ocasión tan singular.

Monseñor Cerviño tuvo que emplearse a fondo y poner sobre la mesa su poder de persuasión y su autoridad eclesiástica para recomponer la situación bajo la premisa general del mantenimiento de las costumbres ancestrales, pero con el debido respeto a las normas litúrgicas. O sea una de cal y otra de arena.

Veinticuatro horas después, los curas párrocos y los directivos de la Cofradía del Santísimo mantuvieron otro encuentro que puso fin a una semana de pasión en su sentido más religioso. Al fin, hubo fumata blanca: Habemus Corpus.

Conjuntamente ambas partes firmaron una escueta nota en cinco puntos que el día 17 de mayo accionó la maquinaria organizativa con el propósito de lograr la mayor participación y el mayor relieve. Ni una explicación, ni una palabra sobre el cisma abierto. Solo una voz celestial sopló a la prensa local la "magnífica impresión" causada por la mediación de monseñor Cerviño y su apuesta por el respeto a las tradiciones existentes.

Un sabio local pronunció entonces el epitafio siguiente: "Una tradición con unas raíces tan populares podrán deslucirla, pero nunca podrán matarla".

Tal parece que eso fue lo que ocurrió, puesto que 1972 marcó un antes y un después en la celebración del Corpus pontevedrés. Aquella pugna no cicatrizó bien. A la vista está que 45 años después todavía hoy sangra por la misma herida con la Junta Parroquial de Santa María y el Gremio de Mareantes a la greña.

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