El crecimiento de las exportaciones gallegas en el primer trimestre supone un paso más en el lento camino de reducir la brecha que Galicia arrastra desde hace diez años con respecto al conjunto de España. Aunque, sin duda, las cifras globales están condicionadas por la extrema dependencia del textil y la automoción, es un dato esperanzador que coincidan con un incremento de firmas exportadoras. Porque es necesario que nuestras empresas ganen fuera aquello que están perdiendo dentro, por decirlo en lenguaje coloquial. Asomarse al exterior, con tiento y con dominio, supone un requisito indispensable en la nueva dinámica.

Una delegación comercial gallega, encabezada por el presidente de la Xunta, compuesta por empresarios y cargos institucionales, partió este fin de semana a China para explorar oportunidades de negocio con una de las economías más boyantes del planeta. En la comitiva estarán responsables de la industria agroalimentaria, uno de los pilares de la visita, ante la oportunidad de establecer lazos con el mayor importador de estos productos a nivel mundial. La elección de China, al margen del resultado de la misión, es acertada puesto que pese a que el futuro del crecimiento económico pasa por los países emergentes, la presencia en ellos de Galicia es ínfima.

Las exportaciones gallegas crecieron un 13,2% hasta los 5.200 millones en el primer trimestre del año, solo un punto por debajo de la media nacional. Las cantidades absolutas todavía son modestas, pero la subida supone acercarse al nivel de crecimiento del conjunto del país. Tan importante o más que el aumento de estas cifras, dependientes sobremanera de los dos grandes motores que son Inditex y Citroën, es la evolución de las empresas que venden fuera: 200 más que hace un año. Lo saben bien los empresarios gallegos, conscientes de que la internacionalización es uno de los grandes retos a los que tienen que hacer frente para generar riqueza y empleo. Son ya 6.700 pymes gallegas las que traspasan fronteras, aunque el objetivo marcado es poder alcanzar las 7.500 empresas exportadoras en 2020.

Exportar forma parte de una cultura que exige dominio. Ocho de cada diez sociedades gallegas cuenta con menos de dos trabajadores. El tamaño es un inconveniente serio para avanzar en ese objetivo, pero relativo. Facilita economías de escala y proporciona seguridad, aunque de compañías pequeñas también brotan novedades interesantes. Con los medios actuales, la dimensión apenas impone barreras. Ni la adversidad de los ciclos levanta muros infranqueables para quien sabe lo que quiere y hace con excelencia lo que sabe. Basta con asomarse a la realidad para comprobar que las empresas bien gestionadas en casa son las que también triunfan fuera.

Exportar no significa solo colocar productos en el extranjero. El éxito en el comercio exterior implica también fijar una estrategia adecuada y el dominio de otros aspectos, como la buena gestión de los proyectos y la precaución de establecer garantías adecuadas para los pagos, el asunto primordial.

La falta de experiencia genera muchas veces un exceso de confianza. Hay compañías en una posición delicada precisamente por problemas derivados de giros inesperados en los mercados foráneos. Si a las grandes compañías, el retraso en los abonos o los impagos pueden causarles un ocho en sus cuentas, las de menor tamaño, las que no dependen de la capacidad de resistencia y fortaleza de aquellas, todavía pueden pasarlo peor.

Los empresarios españoles son extraordinarios vendedores. Hay en cambio escasa propensión a la concertación concienzada de convenios y un ingenuo exceso de credulidad. En la cultura anglosajona o germana no ocurre lo mismo. Los documentos detallan al mínimo todo: plazos de pago, financiación, normas sanitarias, riesgos laborales, condiciones mercantiles? El gran esfuerzo humano y material que supone internacionalizarse, obtener clientes, cerrar tratos, puede acabar en un duro castigo por estos descuidos.

La seguridad total no existe para nada en la vida. Riesgos y piratas al acecho surgen en cualquier parte. Incluso en el concello de al lado. Cambia la percepción del empresario, que en su entorno siente que controla mejor los peligros frente a las dudas que provocan los contratiempos con negociadores de otras idiosincrasias, hábitos distintos, tradiciones desconocidas, instituciones ineficientes y corruptas e idiomas diversos.

La planificación y la prudencia son elementos esenciales en la internacionalización de las empresas. Necesitamos vender más y mejor. Estos obstáculos no pueden minar el discurso sobre la bondad de abordar el mundo global que con tanta contundencia se instaló en la sociedad al inicio de la hecatombe económica y que los directivos patronales asumieron como una obligación. Deben enriquecerlo con un nuevo mensaje a repetir en el futuro con idéntica contundencia: el de la conveniencia de exportar debidamente asesorados por expertos, con las máximas garantías posibles establecidas de antemano, pues la Administración dispone de mecanismos suficientes para ello, y con pasos firmes perfectamente planificados.