Pocas veces en la vida ante una noticia se me han revuelto de golpe todas las emociones, aflorado sentimientos de admiración, pena enorme por la pérdida y orgullo de español como al ver la cara de Ignacio Echeverría ilustrando el día 7 de junio el telediario que daba la noticia de su muerte.

Al día siguiente y en breve comparecencia su hermana aportaba un testimonio ejemplar, preciso, emocionante, tierno y de legítimo orgullo en un país demasiado acostumbrado a retractarse de si mismo como si ser español fuese igual que la peste bubónica.

Ignacio formará parte de nuestra épica y de la historia con mucha más legitimidad que personajes que por motivos mucho menos gloriosos dan nombre a calles, hospitales e instituciones; Ignacio con su defensa valiente y heroica de unos pobres ciudadanos; a pecho descubierto ante los cuchillos, solo ayudado por la prolongación de su esencia disfrazada de monopatín ha dejado muy alto el pabellón de los valientes y creo que no me equivoco al afirmar que ha puesto las lágrimas en los ojos y los pelos de punta a muchos españoles y españolas. Épica y emoción mezcladas en una proporción de la que dimana el reconocimiento a quienes sin esgrimir símbolos, banderas u ideologías dan su vida por sus semejantes cuando detectan la acción agresiva, lesiva y perturbadora de unos fanáticos sean del color que sean y a quienes retratan sus actos.

Sobran y faltan palabras a la vez para el reconocimiento que debe perdurar mucho mas allá de la Gran Cruz al Mérito Civil que se le concedió ayer y el aplauso sin fisuras de toda la sociedad civil española capaz, a pesar de los pesares, de dar ejemplo cuando la tragedia o la injusticia nos sacude las entretelas, una sociedad civil de ejecutoria ejemplar digna de alumbrar mejores liderazgos, que ante la deshumanizada actuación de las autoridades inglesas se han quedado en una balbuceante protesta solo escenificada por el Ministro de Exteriores. Se han echado de menos repulsas más contundentes de la Presidencia del Gobierno y de la Jefatura del Estado.

Como la hermana de Ignacio declaraba ante las cámaras, el dolor inmenso deja paso a la grandeza del recuerdo de un acto memorable que les acompañará mientras vivan, sabiendo que a partir de ahora el hijo y el hermano es ya patrimonio del espíritu generoso, valiente, sacrificado y heroico de los españoles o de los hispanos, como hoy se llama a los deportistas de la selección de Balonmano; Ignacio por su presencia física bien podía ser uno de ellos.

El colofón que me queda después de vivir la congoja de un silencio que me afectó personalmente de forma peculiar y cuyo final con la foto que lo ilustraba recordaré siempre, es pedir a quien corresponda que la difusión de los valores de Ignacio no se pierdan en la noche de los tiempos y que nos sirva a todos ahora que se cuestiona España como punto de encuentro y madre común de regiones, autonomías o nacionalidades, que un español con mayúsculas en tierra extranjera ha sido capaz de hacer gala de su valentía y su familia de expresar su orgullo de pertenecer a esta nación.