Pues, tal como están las cosas y el entorno político en el que España se desenvuelve, es más que probable que los señores Iglesias y Sánchez -tras la victoria de éste sobre Susana Díaz en su duelo en el OK Corral del PSOE- hagan realidad en la práctica sus soflamas de izquierda e incluso formularlas en el escenario de la UE. Pero, aún de llegar a hacerlo, nadie cree que los tomasen en serio, de uno en uno o en coalición tras el supuesto inevitable pacto entre Pedro y Pablo para escribir nuevos "evangelios".

Esta afirmación es sólo una mera opinión, pero tiene como prueba irrefutable no ya lo que piensan los gobiernos europeos sobre los populismos, sino los especialistas, que saben de qué va el sistema y que el remedio no sería volarlo sino retocarlo, si se deja. Y quien lo dude que mire a Grecia, donde Tsipras, el pionero de los indignados, acaba de firmar otro acuerdo con la UE por el que asume más deuda a costa de rebajar las pensiones de sus convecinos un 18% y recortar otros derechos.

(Claro que como con eso no era suficiente, aquel al que Iglesias llamó "hermano" -Tsipras- y cuyos mítines compartió con entusiasmo en su primera campaña, hubo de poner a la venta lo poco rentable que aún le queda allí al Estado griego. Como hicieron aquí en su día Rato y antes Solchaga y Solbes se encargó de rematar. Y no ya sin poner remedio a la crisis del 92, sino siquiera sin ser capaces de prever la siguiente, acaso la más demoledora de la época moderna. Lo que conviene recordar ante el olvido en que caen la "nueva" izquierda y la vieja disfrazada.)

Dicho todo ello, parece evidente que por mucho que prediquen- en común o por separado Pedro y Pablo -o sus discípulos en Galicia- para modificar las cosas, y para hacerlo como se necesitaría, parece precisa una condición previa y sine qua non: que fuese la UE la que rectificase su política actual y comenzase en serio a implantar una social más justa. Y para aquellos que ahora confían al francés Macron la tarea, conviene recordar que fue ministro de Economía con Hollande cuando éste juró que cambiaría la rigidez de la UE. Y rien de rien.

Se ha citado a Galicia, para la que cabe, en opinión de quien lo firma, prácticamente todo lo dicho, añadiendo que, además, los posibles socios ni siquiera tienen un programa común. Y menos todavía si Sánchez hace aprobar por el PSOE su invento -variable- de que España es una "nación de naciones", culturales o políticas, que todavía no lo sabe. Aquí, de eso nunca se ha comprado en las urnas. Y para cambiarlo, como diría Jardiel en su Don Mendo, "cuatro Quiñones son pocos: harán falta más Quiñones".

¿O no?