De niño yo temía a los médicos por sus remedios, que para dolencias menores incluían casi siempre las cataplasmas, los purgantes o las lavativas. Unas cataplasmas, para entendernos, te dejaban en el cuerpo marcas de quemaduras de primer grado. Había incluso quien a veces todavía prescribía las sangrías, y en las viejas farmacias solía haber una enorme cubeta de cristal en la que nadaba un enjambre de sanguijuelas. En las enfermedades mentales el gran avance de aquel tiempo era el electroshock (ahora casi relegado a la tortura bajo el nombre de "picana"). Hoy la química ha sustituido a la mecánica, y las sustancias generosamente prescritas y consumidas se acumulan en los cuerpos, sin que se divulguen mucho los estudios sobre sus efectos y adicciones, ni haya furiosas protestas del cuerpo médico, como las que en cambio se ensañan últimamente con la homeopatía y las terapias alternativas.