Ante la confirmación de lo que ya se esperaba -es decir, la liquidación por derribo del Banco Popular/Pastor-, y consumada la casi desaparición del sistema financiero gallego, parece de sentido común la necesidad de una reflexión. Y no ya sólo sobre los errores que han llevado al daño inferido a todo este antiguo Reino sino sobre otro, posible, que se derivaría de minusvalorar lo que, afortunadamente, aún queda. Un elemento sólido que puede y debe no sólo seguir contribuyendo a reparar lo que se hizo mal sino a colaborar de forma decisiva en el progreso futuro de Galicia.

Ese elemento, en opinión de quien esto escribe tiene un nombre y unas raíces: lo primero, Abanca, y las segundas, de un indudable carácter propio aportado por el Etcheverría al que se ha unido la memoria histórica y la actualidad práctica de la emigración gallega en América del Sur a través de la entidad Banesco. Y este, no es un entorno propagandístico, sino una realidad esperanzadora en la que Galicia puede y debe confiar y reconocerse.

En medio de la tormenta que dejó a este país -tras el pacto de Zapatero con Rajoy- sin sus cajas, y ahora la desaparición del Pastor, dato este que no debe desvincularse del citado acuerdo, queda una realidad positiva. Que no es sólo suerte, sino el empeño de unos empresarios que arriesgaron para obtener un beneficio lícito; Abanca ha trabajado hasta ahora desde un concepto de país que merece la pena ser destacado, por sí mismo y por sus efectos que, a día de hoy, significan, además de un carácter propio, prácticamente lo único que queda que pueda ser denominado "gallego".

En este punto conviene subrayar que en el marco político hubo y hay críticas al modo y al precio de la operación por la que el ente resultante de la fusión cajera dio a luz a la nueva entidad. Esas críticas, compartidas por un sector del mundo económico, son lícitas pero, siempre desde la opinión personal, por lo menos desenfocadas. Porque a medio y largo plazo lo que importa de Abanca no es su coste sino lo que pueda aportar a este país; y en aras de la justicia es preciso reconocer que hasta ahora ha dado ya casi tanto como lo que se pagó por la entidad, y es seguro que el balance será aún mucho mejor. Y procede recordar aquí el viejo refrán español según el cual "sólo los necios confunden el valor con el precio".

Cuanto queda dicho no es sino una reflexión en positivo acerca de algo que no minimiza la realidad evidente de que en Galicia van a seguir operando, con todo derecho, entidades bancarias quizá con mayor volumen pero con la posible desventaja que supone el altísimo nivel de fidelización de los clientes de siempre residentes aquí y antiguos integrantes de las desaparecidas cajas de ahorro. Abanca es, en ese sentido una excepción afortunada, para sus accionistas y para sus usuarios. Y también la posibilidad de que el lazo financiero entre el fenómeno de la emigración -hoy en día un poderoso lobby gallego en medio mundo, sobre todo en América- no se pierda. Ojalá que así sea del mismo modo que así ha sido en la propia Tierra su presencia hasta ahora.

¿No?