Todos los años por estas fechas llega a la mesa de las redacciones la memoria del desembarco aliado en Normandía (6 de junio de 1944). Operación que supuso la movilización, en sucesivas oleadas, de tres millones de soldados, cinco mil barcos y 1.200 aviones. Una fuerza formidable que superó las defensas del "muro atlántico" que había planificado el general Rommel y en un rápido avance de apenas tres meses liberó de tropas alemanas todo el territorio francés.

El asalto al continente europeo fue preparado concienzudamente por el general norteamericano Eisenhower y por el general británico Montgomery y contempló varios escenarios posibles hasta que se dio con el lugar más conveniente para llevarlo a cabo. No sin antes confundir al mando alemán con informaciones falsas para asegurarse el factor sorpresa. El general Eisenhower no tenía experiencia directa de combate, aunque era un buen organizador, mientras que el general Montgomery tenía una larga hoja de servicio que se remontaba ya a la Primera Guerra Mundial. Las diferencias de carácter y de formación entre ambos militares dieron lugar a no pocos desencuentros y hubo fuertes polémicas entre ellos sobre la forma de conducir la guerra. Afortunadamente, la superioridad de las fuerzas aliadas sobre el maltrecho ejército alemán ya era enorme y esas diferencias de criterio no impidieron la victoria. Bien, todas esas cosas, y muchas más, llegan por estas fechas a las redacciones de los periódicos. Y con ellas también esa versión propagandística que se empeña en considerar el desembarco de Normandía y la carrera posterior hacia Berlín como el factor decisivo en el triunfo final sobre la Alemania de Hitler. Una versión que no se tiene en pie confrontada con un análisis medianamente objetivo. El historiador británico Richard Overy, en su muy documentado libro Por qué ganaron los aliados, sostiene como tesis central de la obra que "las potencias occidentales derrotaron al Eje solo porque se aliaron con la dictadura soviética, que antes de 1941 rechazaban y vilipendiaban casi con la misma vehemencia que reservaban para la Alemania nazi. La Unión Soviética soportó la peor parte del ataque alemán y rompió el espinazo de su poderío". Y más adelante afirma: "La gran paradoja de la Segunda Guerra Mundial es que la democracia se salvó gracias a los esfuerzos del comunismo". Habrá que darle la razón. La victoria de los aliados fue posible por la inmensa superioridad numérica de un bando sobre el otro. Y todo hay que decirlo por el terrible sacrificio humano de uno de los contendientes. Las cifras no dejan lugar a dudas. En el lado ruso murieron 8.860.400 soldados y 17.139.600 civiles; en el británico, 370.000 soldados y 60.000 civiles; y en el norteamericano, 220.000 soldados y ningún civil como no sea por un infarto al recibir una mala noticia. Cuando se produjo el desembarco en Normandía el 6 de junio de 1944 ya se habían consumado las decisivas victorias soviéticas en Stalingrado (enero de 1943) y Kursk (agosto del mismo año). Eso sí, uno de los primeros soldados en ganar la costa normanda y perecer heroicamente en terreno minado fue el soldado gallego Manuel Otero que estaba integrado en una compañía norteamericana, según nos lo cuenta Antonio Osende en su libro Un gallego en Omaha Beach.