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Una noche de terror en el parque

La madrugada del jueves 3 octubre de 1968, Las Palmeras fue un infierno que alcanzó su mayor efervescencia en el interior de los dos jaulones más grandes. No quedó vivo un solo ejemplar allí guarecido. Dos perros salvajes cometieron una verdadera carnicería que causó pavor e indignación en toda la ciudad.

Dos guardias municipales que hacían una ronda nocturna por las calles limítrofes, sintieron sobre las dos de la mañana una tremenda algarabía que procedía del paseo central del mencionado parque. Al instante comprendieron que algo grave estaba pasando y hasta aquel lugar se desplazaron con la mayor urgencia.

Cuando llegaron a las pajareras, ante sus ojos incrédulos encontraron en el interior de las jaulas un revoltijo nauseabundo de plumas esparcidas y aves despedazadas, que parecía sacado de una película de terror. A pocos metros del lugar, un perro lobo y otro pointer reponían fuerzas sobre un macizo ajardinado tras la dura batalla que acababan de librar.

Cuatro pavos reales, tres faisanes (dorado, plateado y común), cinco gallos kikirikis y cuatro palomas de raza, en total dieciséis animales completamente aniquilados. Ese fue el desgraciado balance de una auténtica noche de cuchillos largos del reino animal.

La noticia corrió como la pólvora a primera hora de la mañana por toda la ciudad y la morbosidad pudo más que el rechazo. De modo que un buen número de pontevedreses acudieron a Las Palmeras para contemplar el dantesco espectáculo.

En realidad, todo aquello resultó la desagradable crónica de una muerte anunciada. Pocos días antes también aparecieron muertos en Las Palmeras dos cisnes negros australianos en su propio estanque, junto con un faisán. Pero entonces no pudo identificarse con seguridad a sus causantes.

Luego resultó que las escapadas nocturnas de los dos perros mencionados parece que no eran inhabituales, ni desconocidas. De ahí que la localización de su propietario no resultó muy difícil.

El italiano Aldo Huri Rochini, director del Parador de Turismo de Pontevedra, enseguida acudió a las dependencias municipales para recoger a sus dos perros. Y con la misma naturalidad que reconoció su propiedad también negó toda responsabilidad en el desaguisado provocado. Al parecer, argumentó lisa y llanamente que los perros se habían escapado y pasó por la vergüenza social de tan deplorable actitud.

Ricardo García Borregón, que solo llevaba tres meses en la alcaldía, no dio crédito ante semejante desfachatez y trasladó el asunto a su corporación para actuar en consecuencia.

Los informes técnicos del secretario y del letrado establecieron que la responsabilidad del señor Huri era "innegable e inapelable". Y el pleno municipal acordó la interposición de una demanda judicial por daños y prejuicios en reclamación de 44.200 pesetas, valoración realizada por el veterinario del Ayuntamiento sobre los animales muertos.

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