Yo soy un nombre a un apellido pegado. La vulgaridad del "Juan", que pasa por ser el nombre más común en el planeta (en sus distintas variantes idiomáticas, claro está) quedó indisolublemente unida desde siempre al menos habitual "Gaitán", con lo que he acabado siendo "Juangaitán", así, todo seguido, algo parecido al caso de "Josemaríaruizmateos" y otros muchos. Un apellido marca, señala, identifica, tanto o más que el nombre de pila. César González Ruano (quien consiguió ser César, sin más) le explicó una vez a Manolo Alcántara por qué no aspiraba a la posteridad: "¿Para qué, para hacer inmortal el apellido González?".

Desde que en 1501 el cardenal Cisneros instituyó la obligatoriedad de la identificación de las personas con un apellido fijo (hasta entonces la gente usaba su nombre y un apellido o mote más o menos elegido, por lo que miembros de una misma familia, incluso hermanos, podían no tener ninguno en común), los españoles nos hemos visto obligados a un determinado orden en los apellidos, primero el del padre, después el de la madre, inexorablemente, cosa que ha venido a cambiar la nueva ley de Registro Civil, que entrará en vigor el próximo día 30. A partir de entonces, el padre y la madre habrán de ponerse de acuerdo no solo en el nombre de pila, sino también en el orden de los apellidos. En caso de empate, resolverá el encargado del juzgado, tal vez lanzando una moneda al aire. Acabamos así con medio milenio de discriminación de la madre, de prevalencia del linaje paterno, de consolidación del patriarcado.

Quizás tengamos, a partir de ahora, niños mejor nombrados sin tener que hacer subterfugios para conservar un apellido materno interesante o de gran resonancia, como el caso de Picasso, que era Ruiz de primero y acabó dejando en herencia a sus descendientes el que marcó sustancialmente su historia y, de paso, la historia del arte. Es bastante probable que Pablo Ruiz hubiera llegado menos lejos, porque algunos nombres dicen mucho y otros te silencian. Se determina la vida de la gente con el nombre. En muchas culturas, es incluso un secreto. El verdadero nombre de Dios también lo es para cristianos, judíos y musulmanes. Lo fue igualmente para los antiguos egipcios, que ignoraban el auténtico nombre de Ra.

Era Juan Ramón Jiménez, a quien tanto debemos y a quien tan poca gratitud guardamos, quien pedía a la inteligencia que le diera "el nombre exacto de las cosas". Ya era hora de que le hiciéramos caso, siquiera sea en el Registro Civil.