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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

No hay cristiano que escape a Hacienda

Decía Benjamín Franklin, inventor del pararrayos y coinventor de los Estados Unidos, que en esta vida solo hay dos cosas seguras: la muerte y el pago de impuestos. Acaban de comprobarlo en sus carnes -y lo que es peor: en sus bolsillos- algunos de los más cotizados jugadores de la Liga.

No hay cristiano que se salve del ojo inspector de Hacienda, que todo lo ve. Ni siquiera Cristiano Ronaldo, al que la Agencia Tributaria acaba de enviar a la fiscalía por si hubiese despistado, o no, quince millones de euros. A su colega -y sin embargo adversario- Leo Messi ya lo habían condenado a unos cuantos meses por esconder una cierta porción de millones al escrutinio del Fisco.

En esto se nota que el ministro Cristóbal Montoro ejerce con imparcialidad su cargo y lo mismo le da que el pagano milite en las filas del Madrid o en las del Barça. A la hora de pagar, tanto tiene que uno marque goles a favor del centralismo o que lo haga por la autodeterminación. Un equipo puede ser más que un club; pero siempre será menos que Hacienda.

Montoro guarda un inquietante parecido con Monty Burns, el dueño de la central nuclear de Springfield en la serie Los Simpsons. Su capacidad para sacarles los untos a los españoles es legendaria, si bien los astros del balón creían poder hacerle un regate al ministro gracias a la habilidad para el dribbling de sus numerosos asesores fiscales.

Craso error. El dinero es difícil de ocultar cuando uno está a diario en el escaparate de la tele: y la tarea resulta aún más ardua si al figura lo premian año tras año con el Balón de Oro. Bastó el sugerente sonido de la palabra "oro" para que se desatasen los instintos predadores típicos de cualquier departamento de Hacienda.

Gracias al celo de Montoro, que siempre parece estar en celo cuando oye el tintineo de las monedas, hemos podido atisbar la enorme cuantía de los ingresos que se pueden obtener sin más que darle patadas a un balón.

Meses atrás se dijo que el mejor empleo del mundo era el de bloguero a sueldo de una firma de apartamentos de lujo. El chollo consistía en viajar por los cinco continentes, alojándose en casas suntuosas a pie de playa y cobrando además 9.200 euros mensuales por la agotadora faena.

Qué ingenuidad. Esos nueve mil y pico euros al mes son mera calderilla si se compara con la morterada de millones que les cae cada año a Messi, a Ronaldo o a Neymar, que además viajan de gorra y se alojan en hoteles de cinco estrellas por cuenta del club. Ganar fortunas por jugar a lo que uno le gusta ha de ser sin duda el más agradable de los empleos que uno pueda imaginar.

Sobra decir que lo ganan porque se lo merecen, según las reglas del mercado. Los taconazos de estos fenómenos sobre el césped hacen felices a millones de espectadores que pagan gustosos la entrada o el abono de la tele a cambio de su ración semanal de tiqui-taca.

Otra cosa es que el mercado del fútbol -como casi todos- lo esté acaparando ya China, país en el que juegan cuatro de los diez jugadores mejor pagados del planeta. Si, como parece, los impuestos son de menor exigencia en tierras de Mao que en la España de Montoro, mucho es de temer que la Liga y hasta la Premier se queden sin figuras de aquí a pocos años y no nos quede otra que hacernos hinchas del Shangai. Lo que es aquí no hay cristiano -ni Ronaldo- que escape a Hacienda. Ya lo decía el visionario Franklin.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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