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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La chapuza

Ahora mismo, visto lo ocurrido en un par de Concellos y lo que se dice que se prepara en otros varios, es posible que se hayan reducido al mínimo -si es que queda alguno- los habitantes de este antiguo Reino que siguen creyendo innecesaria la reforma de la Ley Electoral. Ya se insistió en ello al narrar el episodio de Sanxenxo en su primera parte, y ahora, cerrada la segunda, y después de lo de Lalín, solo cabe la reiteración. Sobre todo si se confirma lo que parece avecinarse en Tui o en O Porriño.

Aceptando lo obvio -que cuanto sucede es legal- y discutiendo lo demás, de forma especial la legitimidad de algunos procedimientos, cabría deducir que el cambio de alcaldes sin que medie otra razón que la conveniencia personal y otros intereses a veces más concretos aún, es en sí mismo una decisión dudosamente democrática. Porque no cuenta para nada con la voluntad popular, que ya había sido "interpretada" sin mandato expreso de los votantes, con los otros pactos que ahora mudan.

Esto que precede no es sino una crítica de los cambios de personas sin motivos específicos no justificados. Hay en sus argumentarios dosis tales de cinismo que, más que un ejercicio legal stricto sensu, se ampara en argucias; por ejemplo, al hablar de "estabilidad" para elegir a un alcalde que nombra su segundo a quien ha desestabilizado dos veces -la primera al aceptar la Alcaldía y la segunda, al propiciar el relevo y constituirse en vicealcalde-. Además de todo lo dicho, es un disparate.

Lo de Lalín, que ya había ocurrido antes en algún otro lugar, es también una prueba de que la normativa vigente genera más dudas que la lógica de un gorila. Porque resulta que si el alcalde pierde una cuestión de confianza, resulta como si la hubiese ganado al cabo de un mes si no prospera una moción de censura. Y en esta hipótesis se da luz verde automática a lo rechazado treinta días antes. O sea, una chapuza de mucho cuidado.

En resumidas cuentas, que la inmensa mayoría de los grupos políticos deberían hacérselo mirar. De forma especial, esos que se autotitularon "nuevos" y que, al menos en lo que a la poca vergüenza se refiere, han heredado todos o casi todos los vicios de los antiguos y ninguna de sus pocas virtudes. Lo que, guste o no leerlo, afecta a la credibilidad general y, en primer lugar, a la de quienes administran. Lo que resulta penoso y peligroso.

¿Eh...?

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