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Ceferino de Blas.

Guías urbanos

Vigo tiene un entorno natural fantástico y unas puestas de sol fastuosas que enamoran. Sin embargo aún encuentra reticencias como ciudad. De vez en cuando vuelve lo que parecía olvidado: la recomendación a los que llegan de que no pierdan el tiempo en la ciudad y admiren los alrededores.

La propia Emilia Pardo Bazán es una conversa. A finales del siglo XIX, en una de sus seriales periodísticos sobre Galicia, cuando debía escribir de Vigo lo pasó por alto, como si nada que la atrajese. Pero a partir de 1908, todo en la ciudad le resultaba fantástico, salvo el olor a pescado que despedía el Berbés.

Y es que Vigo siempre ha tenido que luchar por su imagen. Por la sensibilidad artística y el interés cultural, por la nobleza de la arquitectura, por la historia y sus protagonistas.

Por eso son de agradecer los testimonios que justifiquen la belleza y calidad de vida de Vigo. Acaba de hacerlo en su última edición la "Lonely Planet", una de las más seguidas guías turísticas, que la sitúa entre las urbes que no pueden perderse en Galicia, el tercer destino turístico más valorado de Europa.

Conocer la ciudad en la que se reside ayuda a integrarse, a sentirse más parte del todo, a acopiar la capacidad crítica para discernir lo verdadero de lo falso, lo mejor y lo peor del pasado y la actualidad.

Una de la fórmulas de alcanzar esos conocimientos, además de la tradición oral y la lectura de los abundantes libros generalistas o temáticos que existen, son las visitas presenciales con guías urbanos, de moda en todo el mundo, y que deben incrementarse.

De ahí la conveniencia de que los lugares a comentar sean los apropiados y de que los guías estén bien preparados para que los itinerarios resulten atractivos.

Es evidente que los recorridos por el mejor urbanismo, por "la caracola de piedra", como denominó Pedro Díaz el paseo por el casco antiguo, con la descripción de calles y edificios, por el Pazo Quiñones de León, el Cementerio de Pereiró, y el Vigo industrial, deben formar parte inexcusable de las visitas guiadas.

Pero habría que añadir los retos a la imaginación en esos periplos, que comprendan también el Vigo de la memoria, que guarda la urdimbre cultural. La ciudad imaginaria.

Hay dos nombres indispensables de los varios que podrían enumerarse, epicentros sociales durante casi un siglo: el Hotel Continental y el Teatro Tamberlick,

El primero es el lugar en el que se hospedaron los personajes descollantes que visitaron la ciudad, desde la aristocracia a la espía Mata Hari. El segundo es el escenario que pisaron las estrellas, donde discurrieron los actos sociales importantes, desde Juegos Florales a grandes mítines políticos. Y donde los vigueses, en uno de esos raptos de indignación con la autoridad exterior, propusieron dejar de pertenecer a Pontevedra para unirse a Ourense.

Ya nada queda de aquellos referentes sociales, de los que lamentablemente han desaparecido los archivos y los valiosos documentos que contenían, pérdida ingente para la historiografía local. Aunque pervive el recuerdo, por lo que las referencias permiten crear una atmósfera atractiva sobre aquel Vigo que acogió a tanto personaje histórico.

Por ejemplo, a qué británico no le gustaría que le llevasen ante el antiguo consulado de su país, al que el 3 de septiembre de 1934 llegó de incógnito el príncipe de Gales, que accederá al trono, en 1936, como Eduardo VII. La literatura y el cine le otorgaron un papel estelar al abdicar por amor, tras su matrimonio con la americana divorciada Wallis Simpson. El gran Pacheco captó fotos magníficas del paso de Eduardo de Gales por Vigo, pese a que sus guardaespaldas trataron de impedirlo.

La reminiscencia de ese pasado merece la pena que figure en el repertorio de las visitas de los guías urbanos. Forma parte del gran Vigo cuyo conocimiento debe ser enriquecido para que la "Lonely Planet" siga citándola entre las ciudades en las que es inexcusable detenerse, no solo por su fantástico entorno sino también por la plenitud de su pasado.

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