Se imagina el lector un mundo azul, inmaculadamente azul, en el que sus habitantes más notables fuesen fruto de la imaginación de un dibujante, en este caso el belga Peyo, que los hizo realidad a finales del decenio de los 50 del siglo pasado para, con el paso del tiempo, convertirlos en protagonistas indiscutibles de múltiples historias que culminan en un todo azul que inunda la economía, el crecimiento y Europa?

Un todo azul que, a pasos agigantados, invade la Europa pesquera gracias a unos pitufos gruñones que hallan cobijo en los más acogedores despachos que Bruselas pone a disposición de aquellos que solo conciben el sector pesquero como una especie de corte de los milagros en la que las soluciones a los problemas de la pesca vienen de la mano de organizaciones y entidades que mezclan nasas con palangrillos, cerco con arrastre de fondo, miños con xeitos, palangres de superficie con tren de bolos y así hasta el infinito y más allá.

¿Por qué es necesario que todo sea azul si en la mar nada es de este color? ¿Qué o quién está encargado de tintar de azul los cristales de las gafas de los miopes que se ocupan de diseñar los planes de pesca de un grupo de países -por ahora 28- que presumen de Unión Europea y no son más que un puñado de estados que no se ponen de acuerdo si no es para mantener erre que erre que hay países -como España y Portugal- que apenas tienen pito que tocar en los Consejos de Pesca a los que asisten, a pesar de ser ellos los más directamente afectados por las medidas -naturalmente azules- aprobadas cada equis meses y en las que nada o casi nada tienen que decir cuando la pesca depende, en gran medida, de lo que hagan sus barcos?

La economía no es azul. El crecimiento no es azul. Y Europa tiene de azul lo que de su cielo se refleja en día de buen tiempo.

Pero tiene azul la presión, los euros que reparten a troche y moche -ahora en base a las especies de estrangulamiento que entran en las redes porque hay quien pitufa más allá de la disponibilidad o de la cuota- y porque la flexibilidad para los descartes parece que es un planteamiento exclusivo del pitufo gruñón que es España. Los descartes para la pesca que pretenden teñir también de azul están entrando ahora en la sesera de los representantes de esa Europa azul que caen en la cuenta de que no hay descartes si estos no afectan claramente a las pesquerías que hacen una quimera de ese idílico sueño azul que algunos se han encargado de dibujar sin visos de realidad: la Europa azul no existe. Solo son azules los pitufos de Peyo y los intereses de los interesados en fomentar los grupos de presión que facilitan pingües beneficios a quienes carecen de barcos de pesca y que son los pitufos mayores.