A partir de la idea de que cada cual puede hacer de su capa un sayo -dentro de ciertos límites, por supuesto, si se convive con otros que pretendan lo mismo-, quizá sea una osadía meterse en casa ajena para hacer una reflexión desde fuera y más aún dar un consejo a quien no lo ha pedido. Pero como en determinados oficios, y acaso el de la política en primer lugar, generan efectos sobre el resto, es posible que alguien entienda como apropiada la primera y útil, el segundo. Y, en el momento del PSdeG/PSOE, ambos oportunos si se opina con lealtad. Como es el caso.

(Conste que la lealtad no quiere decir ni connivencia ni vínculos de militancia o ideología. Solo expresar lo que se piensa en asuntos que, como la socialdemocracia gallega -y la española-, no le son ajenos a quienes no compartan sus esquemas. A estas alturas parece ya fuera de toda duda que, en sus años de gobierno tanto como de oposición, ha formado parte esencial en la restauración no ya de la democracia, sino de la convivencia. Y tal cosa ha ocurrido tanto desde la izquierda como desde posiciones bastante más templadas. Y nunca desde la radicalidad.

Por eso no se comparte, respetándola, la idea de quienes defienden que eso lo hizo el PSOE sacrificando mucho de lo propio en interés de lo común. La España moderna y democrática no se hubiese construido sin el partido que algunos dan ahora por decrépito o moribundo en víspera del nacimiento de otro más acorde con "la calle". En realidad, nada nuevo: pasó antes, de forma especial en tiempos de Prieto y Largo Caballero; y hay otros ejemplos, antes y después, aunque quizá menos llamativos. Pero ninguno supuso la muerte de uno para parir el siguiente.)

Es verdad -o al menos así opina quien firma- que no son pocos los socialistas que creen en esa idea de darle al PSOE de González, Guerra o Rubalcaba el acta de defunción debidamente legalizada en las urnas internas por la mitad de sus militantes. Pero harían bien en reflexionar sobre esa proporción, que confiere a Pedro Sánchez el legítimo rol de vencedor, pero no el de redentor. Ni tampoco debiera olvidar el riesgo que conlleva gobernar esa mitad contra la otra mitad, por errores y malas formas cometidas.

En ese sentido, resultaría otro grave error convertir el próximo congreso en una especie de segundo round o una revancha -tesis remota, pero no imposible- que se pretenda ganar -y mejor arrasando- a toda costa. Reflexión y osado consejo que se formulan desde la legitimidad que proporciona la mera condición de contribuyente afectado por los aciertos, equivocaciones o cosas peores, de quienes gobiernan o lo pretenden. Y para evitar eso no hay mejor vía que la de las urnas -siempre que se cumplan los programas-, antes que los pactos a media luz entre políticos.

¿O no??