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Un debate sin vencedor

Entre otras mil, hay dos concepciones de la democracia que vienen muy a cuento para analizar el proceso que vive el PSOE. De acuerdo con una idea inicial y abstracta, lo que define a la democracia es la elección de los dirigentes políticos por los ciudadanos. En unas primarias como las convocadas en el PSOE, esta idea se traduce en que el secretario general será aquel que decidan los afiliados del partido. El acento se pone, en tal caso, en el poder que ejerce la base de la organización, formada por todos sus miembros en igualdad de condiciones. Según una concepción distinta, menos ingenua, que debe mucho a Schumpeter y ha sido tachada de elitista, la democracia consiste esencialmente en una disputa entre aspirantes al poder que en última instancia es resuelta por los ciudadanos, siempre de manera civilizada. Ahora la iniciativa y el protagonismo corresponden a los que pretenden liderar, dirigir y gobernar. El ciudadano cede el control del proceso político y pasa a desempeñar un papel secundario en las elecciones. De esta idea de la democracia se deduce que en el caso de las primarias socialistas, el hecho principal no estriba en que los afiliados elijan un secretario general mediante una votación, sino en que el elegido lo es porque ha conseguido seducir o influir al mayor número de votantes del partido.

Huelga decir que en el mercado de las ideas tiene más adeptos la segunda visión de la democracia. Prueba de ello es la tendencia universal a estudiar los procesos electorales como si fueran ante todo una competición, de la que necesariamente debe salir un ganador. Desde ese mismo ángulo se analizan los debates entre candidatos, convertidos por efecto de la televisión en el momento culminante de toda campaña electoral. El triunfador del enfrentamiento ante las cámaras, proclamado así por la opinión pública, asume la condición de favorito para las votaciones.

El combate celebrado en la sede central del PSOE no tiene un vencedor. No hay encuestas que registren la reacción de los afiliados, la que verdaderamente importa en esta ocasión porque son los únicos que pueden votar, mientras que los analistas están divididos y conceden ventajas mínimas. Una mayoría se inclina por dar ganador en el debate a Patxi López, aunque reconociéndole, no obstante, mínimas posibilidades de resultar elegido el domingo. Una amplísima mayoría de los que han respondido a la pregunta planteada por diversos medios, afiliados o no, opinan que estuvo mejor Pedro Sánchez, pero el valor de esos sondeos es más que dudoso. En resumen, Susana Díaz sigue en cabeza de la carrera, ligeramente por delante, no tanto porque se haya impuesto con holgura a sus rivales, sino por el mero hecho de haber presentado más avales. Después del debate, la lucha por la jefatura del PSOE está en el punto de máxima incertidumbre.

Un debate sin vencedor es un caso raro, que no suele darse, y por tanto susceptible de lecturas opuestas. Es posible que la indefinición de la opinión pública refleje una paridad de cualidades y apoyos entre los rivales. La pugna sostenida por Almunia y Borrell es un ejemplo. O puede suceder, y esta es mi opinión, que el debate no tiene un claro ganador porque ninguno de los aspirantes resultó convincente y los analistas perciben que tampoco ninguno de ellos destacó sobre los otros dos como para merecer la distinción de ser considerado el preferido indiscutible de los votantes.

El debate fue demasiado austero y se desarrolló a mucha distancia, en todos los sentidos, de los afiliados del PSOE. Los candidatos concluyeron su exposición lineal de los tópicos de costumbre casi sin poder despedirse en forma ante los telespectadores. La novedad más importante la ofrecieron Patxi López y Pedro Sánchez en sus propuestas de introducir profundos cambios en el funcionamiento interno del partido, detallando un extenso catálogo de medidas que tendrían que llevar poniéndose en práctica mucho tiempo por el bien de la democracia española y que, sin embargo, siguen adornando los papeles.

El problema es que los candidatos están aquejados de falta de fiabilidad. Los tres han cambiado de posición sin ofrecer una explicación creíble. Sus palabras y sus hechos han entrado en colisión con frecuencia. Las promesas de una llamada el lunes para fumar la pipa de la paz son inconsistentes con los ataques personales que se han dirigido. Por un lado procuraron acercar posturas y, por el otro, se acusaron sin reparo de mentiras, deslealtad y traición, lo que indica que no se trata de una contienda ideológica. Patxi López está descartado desde el escrutinio de los avales, Pedro Sánchez ya ha tenido la oportunidad de demostrar que es un pésimo líder y concita un fuerte rechazo dentro y fuera del PSOE, y Susana Díaz ofrece un discurso poco explícito e insustancial, como queda probado en el documento que presentó ayer, tres días antes de que se dé por cerrada la campa- ña de información a los afiliados. La ausencia de un vencedor en el debate augura que el vacío de liderazgo que padece el PSOE, sea cual sea la decisión final, se prolongará hasta mucho después del domingo. No parece que estas primarias vayan a ser, como cabía esperar, la elección concienzuda por los afiliados del PSOE de quien tendrá que liderar el partido en tiempos en los que la socialdemocracia afronta una crisis histórica, que en la Europa del sur tiene visos de ser definitiva. Los militantes socialistas están siendo invitados por dos de sus dirigentes a implicarse e ir de comparsas en la despiadada lucha que mantienen por hacerse con el control y apropiarse del partido.

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