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Vasallo y señor

James Comey protagonizó "la sorpresa de octubre" cuando, a once días de las presidenciales, reabrió el caso de los correos que había acosado a Hillary Clinton hasta julio. El exdirector del FBI dio así a Trump munición valiosísima contra su rival, que acabó perdiendo las elecciones el 8 de noviembre. Dice ahora que justo por esa decisión de Comey y por los ataques informáticos del Kremlin al Partido Demócrata, la famosa injerencia rusa. Sea o no cierto lo que Clinton ya se atreve a decir, parece evidente que Comey ayudó a Trump, aunque fuera sin querer. Por lo tanto, no ha lugar a destituirle por gestionar mal el caso de los correos, ya que lo reabrió en su beneficio. Tiene que haber otra cosa. ¿Cuál? El propio Trump la desvela sin pretenderlo. Al poco de tomar posesión, cena con Comey y le exige juramento de lealtad, cual un señor a su vasallo; pero Comey sólo le ofrece honestidad. ¿Qué quiere decir "lealtad"? Quiere decir: "Ciérrame de una maldita vez esa investigación sobre la injerencia rusa, ahí no hay nada". ¿Y "honestidad"? Todo lo más, esto: "Cuando estés a punto de quemarte, te aviso". Y a juzgar por su fulminante destitución, parece que Comey ya había dado con la fuente de calor. Aparte, había pedido más fondos para seguir indagando. Intolerable.

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