El documento programático "Por una nueva socialdemocracia", de Pedro Sánchez, había hecho concebir la esperanza (o el temor, si se es barón) de que cumpliría su promesa de "trabajar codo con codo" con Podemos caso de recuperar el poder en el PSOE. Así lo proclamó al día siguiente de su defenestración, el 1 de octubre de 2016, en una entrevista con la que empezó a cincelar su imagen de insobornable y aguerrido líder izquierdista.
Sin embargo, en la versión definitiva del documento, Sánchez se inclina por buscar alianzas no con "otras fuerzas progresistas", sino con "sectores sociales que impulsan políticas de progreso". Y no esconde por qué recula: los militantes no han acogido bien su iniciativa de hacer frente común con Podemos. Rectifica, pues, sobre la marcha, y a una semana de las primarias pone el acento en "reforzar la autonomía" del PSOE. ¿Por qué?
Primero: Sánchez intenta impedir que la militancia le identifique como el mirlo blanco que busca Podemos para presentar su moción de censura, sabedor de que las intervenciones mediáticas de Pablo Iglesias ofenden a todos los socialistas de carnet, avalen a quien avalen.
Segundo: la rectificación lleva inscrito un giro al centro-izquierda, aunque sea por la vía indirecta de negarle prioridad a un pacto con el extremismo "pablista". Indirecto porque Sánchez apenas toca su proyecto político "para cambiar el modelo económico y social neoliberal".
Y, tercero, al priorizar la autonomía del PSOE busca ganarse a la parte de la militancia que votaría por Susana Díaz para evitar una alianza con Iglesias. Puede hacerlo porque ha echado cuentas y cree que Díaz le saca gran ventaja y necesita reaccionar, o también porque la diferencia entre ambos es mínima y el distanciamiento de Podemos le daría los apoyos que le restan para vencer. Pero si sabe que va a perder, ¿por qué se arriesgaría a ser acusado de nuevo de cambiar de criterio? Piénsese.
