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Joaquín Rábago.

Aunque la derecha se vista de centro

Lo expresaba el otro día El Roto con su habitual y lacónica agudeza por boca de uno de sus personajes: "Si no votas a la derecha, vendrá la extrema derecha".

Y volvió efectivamente a funcionar como hace quince años con el conservador Jacques Chirac frente al neofascista Jean-Marie Le Pen en la contienda final entre ambos por el palacio del Elíseo.

Toda la izquierda se volcó entonces en apoyo de Chirac: considerado como el mal menor, este obtuvo gracias a ella una abultada victoria- más de un 80 por ciento de los votos- que le permitió hacer luego de su capa un sayo.

Este domingo, la diferencia entre los dos nuevos rivales fue menor -66 frente a un 34 por ciento aproximadamente- aunque habría que tener en cuenta el enorme peso de la abstención, unida a los numerosos votos nulos o en blanco.

Emmanuel Macron, el candidato de Bruselas, las cancillerías y de los medios, que le dedicaron continuos y halagadores titulares, será quien salve a Francia del abismo que, según Mario Vargas Llosa, la amenazaba en el caso de victoria de la ultraderechista Marine Le Pen.

¿Cuál es su ideología, cuál su programa? No parece interesar demasiado en estos tiempos líquidos, de política espectáculo.

Con Macron, claro producto mediático y del sistema, la continuidad de la UE está garantizada, y eso es al parecer lo único que importa. Pero ¿qué hay de la calidad democrática de ese club?

Y al mismo tiempo, nada de cómo se pudo llegar hasta ahí. Nada del irresponsable abandono por la supuesta izquierda de las clases trabajadoras, obligadas a buscar nuevos puertos.

Nada del irresponsable incumplimiento por el presidente François Hollande de su promesa electoral de torcer el brazo de la canciller alemana Angela Merkel y obligarla a revisar el pacto de estabilidad europeo.

Nada de esa y otras renuncias de la socialdemocracia, pero también de la derecha republicana, ganadas ambas al neoliberalismo imperante, que explican su doble debacle y el pase a la segunda vuelta de Marine Le Pen.

Una vez llegados a ese extremo, tocaba convencer a todos, también a quienes votaron en la primera vuelta al gran apestado de la izquierda, Jean-Luc Mélenchon, de que diese ciegamente ahora su voto a Macron porque no hacerlo equivalía a llevar al país y a la propia UE al precipicio.

En esa tarea se emplearon con ardor todos los medios, que plantearon la segunda vuelta de las presidenciales como una alternativa entre democracia y fascismo, anatemizando a Mélenchon y a sus incondicionales por negarse a aceptar lo que estos percibían como un chantaje.

Queda ahora por ver si la de Macron, un político en la estela de la hoy desacreditada Tercera Vía de Tony Blair y Gerhard Schroeder, no será al final una victoria pírrica, que sirva sólo para preparar la llegada de Marine Le Pen al Elíseo dentro de cinco años.

Dependerá fundamentalmente de cuál sea su gestión, no demasiado halagüeña en principio para trabajadores y sindicatos con sus promesas de radicales reformas neoliberales y privatizaciones al estilo de las ya acometidas por Alemania y el Reino Unido.

Pero dependerá igualmente de la difícil, por no decir imposible, unión de la izquierda de cara a las legislativas francesas de junio como también de que el Gobierno de Angela Merkel o el que le suceda en septiembre imprima o no un cambio de rumbo a la miope y destructiva exigencia alemana de austeridad a toda costa.

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