Con esa tendencia autodestrutiva -que hace muy cuestionable la existencia de inteligencias colectivas- el episodio de los avales ha descabalgado en la práctica al único candidato -el primero que dio el paso y que queda minimizado en el preámbulo de su proclamación formal- que, probablemente, estaba en condiciones de rearmar al PSOE. De los tres aspirantes, Patxi López es el que muestra mejor disposición a aparcar el ego, sustento de los liderazgos fuertes, para afrontar la ingrata brega interna de recomponer una organización en la que se han encendido todas las alarmas por el creciente peligro de autoextinción. Sin embargo, la grieta interna, que se hizo visible el infausto 1 de octubre y que ahora se revela insondable, ha tragado a quien, por una ambición política más moderada que los otros dos contendientes, reunía quizá las condiciones para esa labor imprescindible. En lugar de hacerse patente su necesidad, López es ahora objeto de querencia solo porque los votos que puedan estar detrás de sus avales resultan decisivos en las urnas del 21 de mayo.

La alta implicación de la militancia en torno a las firmas de apoyo, más del 70 por ciento del censo de afiliados, hace difícil para todos los aspirantes conseguir una movilización mayor del voto en los quince días que (¡todavía!) quedan de campaña. Por ello, quienes ya mostraron su intención de participar en el proceso interno al respaldar al exlendakari son ahora una gran bolsa de sufragios en disputa.

Los "susanistas" pasaron de la negación inicial a la estupefacción, con una breve parada en la incredulidad, ante el elevado apoyo cosechado por el "sanchismo", que, otra vez, daban por derrotado de antemano ante la abrumadora cuantía de sus 60.000 avales. Una vez cerrado el recuento, con una mengua similar en las firmas de todos, Díaz conserva la diferencia de 6.000 apoyos. Ambos aspirantes están ahora tan igualados que resultaría temerario anticipar el triunfo de cualquiera de ellos. De mantenerse ese equilibrio de fuerzas en el voto final sería dudoso incluso que ninguno pueda celebrar una victoria que, a todos los efectos, supondría la materialización en la urnas de una fractura interna muy difícil de revertir.

El episodio de los avales pone en cuestión lo que hasta ahora era un axioma en el reparto de poder interno en el PSOE: quien gana en Andalucía gana en España. Esa ley básica se agrieta de forma tal que ayer algunos "susanistas" de la primera hora alertaban del peligro que supondría para la presidenta andaluza una eventual derrota, que haría tambalearse su liderazgo más allá de la reducidas lindes del partido. Advertencias tardías que sirven para constatar que en el PSOE hay quienes, además de perder el apego del electorado, también ignoraban lo que estaba ocurriendo en su propia casa.