El otro día me llamó un prohombre de la ciudad para recriminarme que no me hubiera posicionado en el debate suscitado estos días en torno a un asunto de capital importancia. Yo es que soy muy de posicionarme pero cuando voy a dormirme.

De hecho, me posiciono del lado izquierdo, ablando un poco la almohada, doblo ligeramente las rodillas y me quedo tan posicionado que a veces hasta alcanzo el sueño en pocos minutos. En otras ocasiones mi posición resulta incómoda, doy más vueltas que un tertuliano torpe con un mal argumento y tardo más en dormirme. Cuando descolgué el teléfono, la voz del prohombre sonaba como la de un maestro severo.

A mí los maestros severos no me caen mal, de hecho, si no hubieran sido severos no hubiera aprendido ni jota. Puede que ni ka. lo que pasa es que si llaman a la hora de almorzar soy más de posicionarme frente a la mesa para comerme unas lentejas con un vaso de vino mientras veo el Telediario. Cuando el prohombre terminó de recriminarme lo que calificó de intolerable actitud, rayana en la falta del compromiso con el progreso de nuestra ciudad, me vi obligado a colgar. Más que nada para preguntarme cuál era mi ciudad, dado que vivo en la inopia pero estoy empadronado en una urbanización que se reparte entre dos términos municipales. A veces estoy en el parking y resulta que estoy en un municipio y cuando llego al rellano ya estoy en otro. Una vez estaba en la cama con mi mujer y le pregunté que a qué municipio pertenecíamos, si bien yo en la alcoba soy más partidario del ayuntamiento que del municipio.

Pensé y pensé y no di con la ciudad. Tampoco con las lentejas, que se me habían olvidado en el microondas. Como no daba con nada me puse a pensar a ver si daba con el debate que había rehuido. Miré debajo del sofá pero había un debate sobre qué película ver. Un debate muy viejo e íntimo. Ese no era. Aparté una cortina y vislumbré un debate pequeñín, en plan, campo o playa, muy visto, muy superado ya. En el armario tampoco había ninguno. Ni en el salón, ni en la repisa en la que suelo poner las llaves, los sonetos y esas cosas que no quiero olvidarme al salir. Nada, me dije, no sé de qué debate me habla este hombre. Tentado estuve de llamarle, pero temía parecer tonto o desinformado, algo así como un hombre sin posicionar. Puse un tuit indignadísimo (¡Pues no!) por ver si aliviaba algo la situación pero sólo logré aliviar el insomnio. Así que me posicioné: me tumbé y ablandé la almohada.