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Joaquín Rábago.

La política, hoy más necesaria que nunca

Aunque, resignados, muchos ciudadanos terminan volviéndole la espalda, nunca ha sido tan necesaria como hoy la política: es decir, la posibilidad de ofrecer alternativas al orden establecido.

Si nos fijamos en lo ocurrido en Estados Unidos con la elección de Donald Trump, en Gran Bretaña con el Brexit y ahora en las elecciones francesas, veremos que hay una sensación de pérdida de control, de impotencia entre los ciudadanos.

Se vio ya con el rescate bancario, que representó "la total bancarrota" de la política y la conversión de la pérdida de control en una especie de "doctrina de Estado" (1).

La apertura de fronteras, la globalización, los flujos migratorios han creado una sensación creciente de inseguridad ya no sólo en las clases trabajadoras, sino también cada vez más entre las clases medias.

La pérdida de control genera desorientación y sobre todo incertidumbre sobre el futuro: ya nada está garantizado, ni siquiera la recompensa que antes coronaba el esfuerzo individual.

La digitalización supone una amenaza creciente para muchas profesiones, a lo que se suman las externalizaciones de empresas siempre en busca de mayores beneficios para los accionistas sin que parezcan importarles la suerte de los trabajadores.

El llamado "ascensor social" ha dejado de funcionar, y ya nada garantiza a los padres que sus hijos, por mucho que se esfuercen, vayan a poder vivir mejor que o al menos como ellos.

Consecuencia de todo es una sensación de inseguridad que constituye un peligroso caldo de cultivo para los demagogos sin escrúpulos.

Tratan estos de dirigir la frustración acumulada por los ciudadanos hacia fáciles chivos expiatorios como son los inmigrantes, a los que se acusa de "abusar" de un Estado de bienestar que no ha contribuido a financiar.

La derecha ultranacionalista busca canalizar eses sentimiento y unificarlo tras la idea de una falsa "comunidad nacional", lo cual supone la existencia de unos rasgos étnico-culturales supuestamente homogéneos e inalterados a lo largo de los siglos.

Es lo que hace, por ejemplo, en Francia la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, al apelar a una mítica "Francia eterna". O lo que ocurre en la Hungría de Viktor Orbán.

Esa derecha nacionalista lleva a cabo una guerra cultural contra la autonomía del individuo, cuando es hoy más urgente que nunca fortalecer derechos individuales junto a los sociales (1).

El orden social existente es incapaz ya de integrar: divide a los ciudadanos, dedicados como están a la más descarnada competencia para sobrevivir, lo que abre cada vez más resquicios por los que se cuelan las fuerzas antidemocráticas.

(1) Tesis defendidas en un artículo publicado en "Blätter für die deutsche und internationale Politik" por los sociólogos Richard Detje, Klaus Dörre, Martin Kronauer y Michael Schumann.

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