Hay un club mágico en Granda donde todo hombre que entra encuentra mujeres ya sentadas, como si estuvieran esperándole. Ellas tienen la ropa estrecha y la sonrisa ancha. La falda y la conversación son cortas porque hablan poco español, pero lo hacen con gracioso acento rumano o brasileño. Tienen que ser felices: están alegres porque ríen chistes que no han hecho gracia en otros sitios, son amables y afectuosas, tienen un lenguaje corporal sin reservas ni protecciones y, da igual el aspecto y la edad que tengas, son capaces de ver en ti cosas que otras mujeres no encuentran. ¿Cómo no invitarlas a la copa?
Lo normal es que una cosa lleve a la otra y se acabe en un hotel que hay al lado, donde lo que en otras circunstancias lleva días, o no llega nunca, sucede en un cuarto de hora / veinte minutos. Eso produce tal sensación de agradecimiento que hay que tener un detalle con esa mujer?, pero ¡no hay tiendas cerca! Como la galantería del detalle y la elegancia social del regalo se imponen, lo mejor es sacar unos euros y dárselos o dejarlos a la vista y pensar como en las películas: "Cómprate algo bonito". Cuando el hombre se va, ella se queda. Eso es que está a gusto. ¿Cómo va a ser ese club mágico un lugar donde se ejerce la prostitución? Una acusación así hay que probarla. Es como si vas a un palacio, custodiado por agentes de seguridad, vigilado por cámaras y arcos detectores de metales y te metes en salas donde hay hombres y mujeres con carteras y togas negras y dices, llevándote por las apariencias, que allí se imparte justicia. Eso hay que probarlo.