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Retiro lo escrito

Una metáfora de la estupidez

Algunas metáforas son perfectas y no se encuentran en las estrofas de un poema. Si ustedes pueden visitar el Museo Universitario de Arte Moderno de México DF encontrarán, bajo un foco de luz, un hermoso diamante azulado engarzado en un anillo y que, según un rótulo próximo, se ha denominado "La propuesta". El diamante está hecho con parte de las cenizas (medio kilo aproximadamente) de Luis Barragán, un excepcional arquitecto mexicano, galardonado con el Priztker, un icono de la cultura latinoamericana con rendidos admiradores y discípulos en todo el mundo. Barragán, fallecido hace ya treinta años, terminó "transformándose en diamante" gracias a una artista estadounidense, Jill Magid, quien, por supuesto, contó con la autorización de los familiares. Le ofreció al anillo a la que fuera última novia del maestro Barragán, que se ha quedado con todo su archivo en Suiza, a cambio de que "lo devolviera a México". La novia, con una cólera helada, le contestó negativamente.

Cada uno puede entenderlo como quiera: a mí se me antoja una expresión metafórica de la estupidez moral que nos aflige. Una estupidez plural, tornasolada, ingeniosa, prensil, inacabable. Está la novia/viuda esquiva que cuida del patrimonio de Barragán como si fuera el suyo, porque probablemente es el único que tiene. Está la creencia compartida entre 18 familiares -y quizás algún guacamayo- de que las cenizas del cuerpo carbonizado del arquitecto en 1986 tienen alguna relación con el arquitecto, con su genio, su humor o sus afectos. Está Jill, la chica artista o la artista chica, que es una resuelta creadora del siglo XXI, es decir, una señora que se dedica básicamente a disfrutar de sus estúpidas ocurrencias a través de actos que están dirigidos únicamente a aumentar su conocimiento a través de los medios de comunicación y las redes sociales. El arte del artista del nuevo milenio consiste en ser admitida como artista aunque no haga absolutamente nada y eso se llama, más o menos, conceptualismo, o postconceptualismo. Magid afirma que cuando llegó a su poder el diamante no pudo evitar las lágrimas. "Yo defino este proceso como una experiencia poética". ¿En qué consiste esa supuesta experiencia? ¿En recoger medio kilo de cenizas y encargar un diamante a un taller de joyería y esperar sentada en casa hasta que te llega el producto, como quien espera un juego de cojines comprados por Amazon?

No, la majadería de Magid no explora "los límites de la legalidad, de las instituciones culturales, de la provocación artística". Los límites de la provocación artística se diluyeron hace mucho tiempo. Seguimos hablando de arte, básicamente, por pereza mental, por inercia nominativa, por aburrimiento clasificatorio. Magid, como Damien Hirst, produce básicamente chismosos espectáculos unipersonales. Espectáculos en los que el centro de agitación, protagonismo y atención son ellos mismos, aunque invariablemente vampiricen un concepto, un autor, una tendencia, a través de una ironía exhausta o un miserable y pesetero sarcasmo. Qué tendrá que ver nada de esto con Luis Barragán. Que tendrá que ver realmente con nada, salvo consigo mismo, lo que resulta el rasgo más característico de todos los discursos artísticos y políticos de la era de la posverdad y la democratización del cretinismo.

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