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Joaquín Rábago.

Rasgarse las vestiduras

Mientras la candidata del Frente Nacional, Marine Le Pen, gana posiciones en la pugna electoral, muchos se rasgan las vestiduras ante la indefinición del líder de la izquierda radical, Jean-Luc Mélenchon, de cara a la segunda vuelta de las presidenciales francesas.

Hace quince años, Mélenchon se sumó claramente al Frente Republicano contra el padre de la hoy candidata de la ultraderecha, lo que facilitó la victoria por amplio margen de Jacques Chirac.

Prácticamente toda la izquierda votó entonces por el candidato conservador al palacio del Elíseo con el argumento de que no cabía otra opción frente al fascismo.

Mucho ha llovido, sin embargo, desde entonces, y por primera vez en la historia de la Quinta República no ha logrado pasar a la segunda vuelta de las presidenciales ningún representante de la derecha conservadora como tampoco de la socialdemocracia.

Con un discurso menos bronco y más inteligente que el de su progenitor, Marine Le Pen ha conseguido que muchos franceses vean al actual Frente Nacional como un partido que defiende los valores tradicionales frente a una globalización que diluye esos valores al tiempo que no deja de destruir empleo.

Eso explica el atractivo que el FN parece ejercer no solo sobre la derecha más conservadora y católica, la que apoyó en la primera vuelta al corrupto y hoy desacreditado François Fillon, sino también sobre muchos obreros que antes votaban a la izquierda comunista o socialista.

Unos y otros no acaban de fiarse, aunque por distintas razones del favorito de los medios y de Bruselas: el europeísta exministro de Economía socialista y fundador del movimiento En Marche, Emmanuel Macron.

Este exbanquero, que fue asesor y ministro del presidente François Hollande, antes de abandonarle para formar su propio movimiento, sostiene, frente a los defensores de la "excepción cultural", que "no hay una cultura francesa, sino una cultura en Francia", que califica de "multifacética".

Algunos sectores de la derecha más conservadora y aun reaccionaria, que defienden las instituciones como la familia y se oponen al aborto y al matrimonio homosexual, desconfían de Macron, como lo hacen muchos trabajadores, que ven en él un miembro de las élites, favorito de la banca y de las multinacionales.

En la primera vuelta de las presidenciales, muchos obreros repartieron su voto entre el Frente Nacional y la izquierda radical del líder de la Francia Insumisa, Jean Luc Mélenchon, quien logró entonces un notable porcentaje de votos y cuyo pronunciamiento a favor de Macron facilitaría el desenlace de la segunda vuelta, este domingo.

Pero a diferencia de 2002, por despecho, tacticismo o lo que sea, Mélenchon no ha querido apuntarse esta vez desde el primer momento a la teoría del "mal menor", según la cual habría que evitar por todos los medios el triunfo de la "fascista" Marine Le Pen, votando, aunque sea con la nariz tapada, a su rival.

Argumentan muchos que el auge del Frente Nacional y su xenófoba candidata no es sino consecuencia directa de unas políticas neoliberales como las practicadas por el Partido Socialista, que ha traicionado sus ideales y con ellos, a sus votantes tradicionales.

Si continúan esas políticas y se profundizan incluso las "reformas" que propugna Macron, podrá Le Pen perder este domingo, como desean todos los demócratas e indican los sondeos, pero ¿quién garantiza que no logrará llegar al Elíseo la próxima vez?

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