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Joaquín Rábago.

Sociedad civil

Me preguntan mis amigos extranjeros cómo es posible que con los niveles de corrupción que conocemos puedan continuar gobernando los responsables de tamaña ciénaga. Trato de explicarles la actual división de una izquierda inoperante que se subió en muchos casos al mismo carro o decidió mirar en su día para otro lado porque la economía estaba creciendo y no era cuestión de reventar la burbuja.

Me preguntan entonces por los nuevos partidos como Ciudadanos y Podemos y les digo que a los primeros los pierden el oportunismo y la ambigüedad mientras los otros pecan en demasiadas ocasiones de intolerancia y soberbia. Tenemos así, les digo, una oposición más dedicada a pelearse entre ella que a intentar descabalgar del Gobierno a los responsables últimos por acción y omisión de lo que sucede.

En una democracia que funcionase mínimamente, la presión popular, sumada a la de los medios, serían tales que un Gobierno con tantos escándalos a sus espaldas no habría durado ni media legislatura.

Pero este no es un país normal: la ciudadanía parece muchas veces apática, más interesada en si será el Madrid o el Barça quien gane finalmente la liga que en las noticias que se publican sobre las maniobras obstruccionistas de la justicia.

Y parece extenderse al mismo tiempo una sensación de cansancio con lo que ocurre, que se traduce en expresiones como "todos son iguales" o "todos roban". Algo peligroso, sobre todo cuando se oye decir a muchos desencantados que ya no creen en la democracia.

Y es que la democracia representativa requiere como complemento de su anclaje institucional "los impulsos de una sociedad civil y unos medios críticos", como argumenta el politólogo alemán Jens Hacke.

Al mismo tiempo, no puede aquella limitarse a garantizar la libertad y los derechos fundamentales sino que debe velar también por la justicia social y el bienestar de los ciudadanos ante los embates continuos de una globalización que precariza el trabajo y aumenta la desigualdad.

No es pues hora de resignarse, sino de reactivar la sociedad civil para poner fin entre todos a una peligrosa deriva que amenaza - y no sólo aquí- en nuestro país a una democracia merecedora de ese nombre.

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