Los productos con materias primas de la comunidad gozan de buena demanda, gran aceptación entre el público y una merecida fama de ecológicos. Lo más difícil de lograr, una imagen excelente, está plenamente conseguido: con el apellido "gallego" se venden prácticamente solos, tal es la confianza en la marca. El espectacular salto de calidad y diversidad experimentado por nuestros vinos es buen ejemplo de ello. Un argumento más de que pese a todas las adversidades que ponen en peligro su supervivencia, el agro gallego sí tiene campo por delante, nunca mejor dicho, para dar respuesta a los retos del futuro. Es cuestión de que las administraciones competentes se comprometan de verdad y en profundidad con el cambio y se impliquen con reformas ambiciosas que hagan posible una economía agraria competitiva.

Que el rural funcione es indispensable para que Galicia avance. Ejemplos existen de que querer es poder. La evidencia que lo prueba, entre otros ejemplos, es lo que ocurre en el rural en los últimos treinta años con el despegue de una economía vinícola de calidad. La revolución de nuestros vinos, con cinco denominaciones de origen que han transformado las bodegas y los viñedos y hecho emerger un valor en alza en el rural, muestra que es posible conseguirlo.

¿Alguien imagina, por ejemplo, el panorama que aguardaría hoy a estas comarcas sin el resurgir de sus caldos? Ciertamente, la agonía que lamentablemente sufren muchos de nuestros concellos con sus tierras abandonadas por la decadencia agraria, forestal y ganadera. No es que la experiencia de las denominaciones de origen sea la piedra filosofal económica para la agricultura gallega, pero sí una significativa referencia demográfica que muestra la única senda por la que puede renacer el mundo rural. Hay que volver a llenar los pequeños pueblos atrayendo a moradores. Y eso solo podrá conseguirse facilitando y estimulando la explotación de los recursos endógenos, los clásicos y los nuevos, y ofreciendo servicios de calidad, equiparables a los del ámbito urbano.

La falta de políticas y reformas agrarias ambiciosas tiene mucho, por no decir todo, que ver en la sangría poblacional de nuestro campo. Galicia para preservar el equilibrio territorial y su propia esencia, necesita fijar una porción importante de población en el mundo rural. Ya la ha perdido en gran parte de su territorio, pero acabará siendo misión imposible tratar de recuperarla si las distintas administraciones, los ministerios y consellerías de turno, siguen sin hacer apenas nada por corresponder a la fidelidad de los osados emprendedores dispuestos a seguir aferrados al campo como héroes ante las adversidades.

El resurgir de nuestros vinos es el resultado del tesón, el esfuerzo, la perseverancia, el mimo del terruño, mucha formación e innovación. Unido a unas excepcionales condiciones donde las variedades de uva, el suelo y el clima hacen posibles vinos inimitables, en palabras de quienes más saben de caldos. Unas producciones novedosas basadas en una filosofía de respeto al medio ambiente, la sostenibilidad y la armonía con la Naturaleza y en siglos de tradición. Porque muchos desconocen que en Galicia ya se producían hace siglos algunos de los mejores vinos del mundo.

El despegue ha vuelto de la mano de una enorme y esforzada tarea que ha transformado por completo estas plantaciones, desde los viñedos hasta las bodegas dotadas de la última tecnología, y gracias sobre todo a una uva extraordinaria fruto de una esmerada tradición de cultivo y elaboración que debe seguir madurando y que ha permitido crear un caldo de alta gama. El buen vino de Galicia triunfa en las más selectas mesas del mundo. ¿Quién imaginó que algún día todo un presidente de EE UU como Barak Obama podía acabar brindando con vino gallego sus galas en la Casa Blanca? ¿O que los más prestigiosos gurús de la enología como Robert Parker lo incluyesen en sus guías? Hasta las actrices de Hollywood promocionan en sus cuentas sociales, millonarias en seguidores, los encantos de los paisajes y la gastronomía de la región.

Los consejos reguladores de Rías Baixas, Ribeiro, Ribeira Sacra, Monterrei y Valdeorras facturan globalmente 200 millones de euros cada año, suman casi 500 bodegas, emplean a 16.500 viticultores y comercializan más de 41 millones de litros. Además investigan e innovan con espumosos, con nuevas variedades, nuevos aromas y estilos de vinificación; seleccionan clones para mejorar la producción y la graduación alcohólica. Y además una generación de jóvenes recoge el testigo de sus mayores, aportando una visión moderna y empresarial.

¿Con todas estas armas qué impide al vino gallego adquirir la misma fama y prestigio que los de mayor renombre del mundo? Nada. Las dificultades de producción y las limitaciones para un cultivo extensivo son un lastre. Pero a la vez eso es precisamente lo que permite volcarse en apurar las cualidades excepcionales de los caldos. El resultado son más de cien variedades diferentes y sabores originales, envidia de los paladares más exigentes.

Son bebidas de dioses, cosechas bajadas muchas literalmente a hombros desde las laderas más escarpadas, reposando entre montañas, en valles, en colinas, al pie de ríos y rías, en parajes naturales privilegiados que son su seña de identidad para adquirir un sabor exquisito y exclusivo. Variados, diferentes, complejos, sorprendentes. Eso no solo les aporta valor añadido, sino épica que el consumidor paga. Cada pieza guarda detrás una historia apasionante. Componen un póster sin igual de excelencia gastronómica.

Para contribuir a poner de relieve sus virtudes y hacer de altavoz de sus necesidades, FARO, que en su editorial fundacional hace 163 años proclamó su compromiso indeclinable en defensa del campo gallego, celebrará el próximo miércoles en Vigo el primer Foro "Galicia en vinos", que pretende convertirse en valedor inseparable del sector. Como siempre lo ha sido, puesto que históricamente el decano como el más popular de los periódicos gallegos fue el gran impulsor de las grandes fiestas del vino de Galicia. La hemeroteca es irrefutable. Fueron sus periodistas, sus escritores, sus poetas, su círculo de ilustres colaboradores, quienes promovieron y alentaron desde sus páginas en un compromiso sin igual los grandes eventos en que se han convertido hoy.

Como exponen los presidentes de los consellos reguladores en el suplemento que hoy llega a sus manos, la apuesta pasa por redoblar la comercialización en el exterior para seguir creciendo en el futuro. O lo que es lo mismo más internacionalización con la mayor excelencia. Mantener los precios -en la uva y en el producto final- y la calidad son condiciones fundamentales para rentabilizar todo el proceso, máxime cuando sus ventajas competitivas no radican en la cantidad, como sí ocurre con otras denominaciones españolas.

Los vinos gallegos, por su calidad y diversidad, juegan en otra liga. La suya es la de la excelencia y la diferenciación. Por ello, crecer no puede suponer nunca renunciar a las cualidades que han llevado a nuestros caldos a conquistar premios internacionales y encandilar a algunos de los expertos más influyentes del mundo. Y para que las empresas puedan abrir nuevos mercados necesitan sin duda que la administración incremente su actual apoyo en aras a reforzar las campañas promocionales y lanzar misiones comerciales más ambiciosos y sostenidas. Porque creciendo en el extranjero la continuidad de la bonanza que vive el sector estará garantizada. Conseguirlo es responsabilidad no solo de los consejos reguladores, principales artífices de su expansión actual, sino también de las bodegas y los viticultores, con el respaldo institucional debido.