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Joaquín Rábago.

El capitalismo real genera enfermedad mental y burocracia

Podemos creer que el capitalismo es malo, pero una actitud de distanciamiento cínico frente al mismo nos permite seguir participando con la conciencia tranquila en el sistema.

Así critica el británico Mark Fisher la actitud de cierta izquierda en un breve y enjundioso ensayo en el que trata de demostrar que el actual sistema solo genera enfermedad mental y mayor burocracia aunque esta revista nuevas formas(1).

Los movimientos anticapitalistas como el organizado en 2011 en un parque neoyorquino bajo el título de "Occupy Wall Street" no pasan, critica Fisher, de "un ruido de fondo carnavalesco" frente a lo que llama "realismo capitalista".

La realidad de fondo, lo "real", para decirlo en términos lacanianos, es la inevitable finitud de los recursos y su sistemática destrucción bajo un capitalismo que todo lo privatiza y convierte en objeto de lucro.

El "realismo capitalista" se basa en una fantasía: la de que los recursos del planeta son ilimitados y que el ingenio humano y el mercado resolverán a tiempo todos los problemas.

El capitalismo, escribe Fisher, es "bipolar" ya que oscila continuamente entre la exuberancia irracional de las burbujas y las crisis que siempre las siguen.

Como bipolares son también los trastornos mentales que genera. En países de un capitalismo avanzado como es el Reino Unido, que es el que mejor conoce el autor, la depresión es la condición más tratada por el sistema nacional de salud.

Pero ese estrés psicológico se trata siempre como si fuera un problema privado del que el individuo es único responsable y que por tanto él solo debe ser capaz de resolver.

La proliferación de ese tipo de enfermedades tiene, sin embargo, mucho que ver con una burocracia que en lugar de desaparecer, como el neoliberalismo prometía cuando denunciaba los abusos burocráticos del Estado, adopta nuevas y más invasivas formas.

Frente a las sociedades disciplinarias del pasado, donde la mayoría de los individuos restaban recluidos en el espacio cerrado de una fábrica, tenemos hoy las sociedades de control.

Se trata de un control descentralizado y difuso, pero que actúa en todo momento y con el que nosotros mismos colaboramos aportando todo tipo de datos cada vez que utilizamos las llamadas redes sociales.

El trabajador del pasado, objeto de férrea disciplina durante las horas de ocupación laboral, ha dejado paso a la figura del consumidor adicto y endeudado.

La flexibilidad, el nomadismo y la espontaneidad caracterizan las técnicas de gestión en la sociedad de control posfordista.

Las nuevas formas burocráticas consisten, por ejemplo, en la continua fijación de "objetivos", que el individuo debe cumplir y que en muchos casos, en lugar de medir realizaciones, se convierten en un fin en sí mismos.

"Los procedimientos burocráticos, escribe Fisher, flotan libres e independientes de cualquier autoridad externa, pero su misma autonomía significa que aseguran una grave implacabilidad y resistencia a todo cuestionamiento".

Y es contra todo eso contra lo que una nueva izquierda debe luchar: hay que impedir la continua medicalización de los problemas de salud mental para convertirlos en "antagonismos efectivos".

La proliferación de determinados tipos de enfermedad mental en el actual capitalismo hace que sea cada vez más urgente una "nueva austeridad", única posibilidad de evitar la catástrofe ecológica a que nos aboca un capitalismo desenfrenado.

Porque si hay una cosa que parece cada vez más clara, señala Fisher, es que la autorregulación del consumidor y el mercado no evitarán por sí solos esa catástrofe.

La cuestión es si las inevitables limitaciones a nuestros deseos se gestionarán colectiva y democráticamente o terminarán imponiéndose al modo autoritario cuando ya sea demasiado tarde.

(1) "Capitalist realism. Is there no alternative". Ed. Zero Books.

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