Toda la culpa es del Gran Wyoming. Esperanza Aguirre comenzó a adquirir un perfil propio, para una carrera política que ayer terminó en drama, con aquella prístina estulticia que hizo de ella, siendo ministra de Cultura en el primer Gobierno de Aznar, un personaje inevitable en las sobremesas televisivas de los domingos. La persecución a la que la sometieron los muchachos de Wyoming para que se calzara sus gafas sirvió de elevación mediática a la que quizá fuera la ministra de Cultura más iletrada de la democracia, y eso que tuvo competencia. Los años transcurridos ratifican que Esperanza Aguirre era tan simple como se nos presentaba entonces, por más que su aura de acendrada neoliberal y su caricatura del thatcherismo la hicieran parecer mujer con ideas propias.

La madrina de Ignacio González es uno de esos neoliberales incrustados en la administración por oposición, algo que, como bien sabemos, no empaña en nada su afán privatizador ni su demonización de un Estado en el que buscan seguridad y horizontes tranquilos, las mismas aspiraciones que reprochan a otros menos dotados que ellos.

Ante las "ranas" de Aguirre, sus dos hombres de confianza encarcelados, el cántabro Revilla ironizaba sobre cómo alguien con semejante capacidad para la selección de personal pudo trabajar para una agencia de cazadores de talentos. Ella misma se ufanaba de sus presuntas capacidades para detectar las zonas oscuras del prójimo al proclamarse una experta en el tercer grado. Sobrevalorada y con una autoestima tan alta resulta comprensible que no descendiera a los detalles de su entorno.

Su pretensión de redondear su trayectoria política como alcaldesa de Madrid se frustró en 2015 cuando, pese a ganar las elecciones, quedó reducida a portavoz de la oposición.

El círculo que sí consiguió cerrar ayer fue el del episodio cenagoso del "tamayazo", que le permitió alcanzar de forma oscura la presidencia de Madrid y convertir la comunidad en un laboratorio político, algunos de cuyos protagonistas por la parte empresarial figuran en la lista de los sesenta nuevos investigados por el juez Eloy Velasco. Llegó acompañada por un cierto halo de turbiedad y se va envuelta en lo mismo, lo que no deja de tener algo de justicia poética. Entre un momento y otro de ella sólo quedan la ambición de estar y la facundia hueca.