Viene a mi cabeza una metafórica escena de la película Desmontando a Harry, dirigida por Woody Allen, en la que un actor aparece desenfocado en la secuencia de un rodaje. Después de muchos intentos técnicos por modificar el enfoque del objetivo de la cámara, se percatan de que, misteriosamente, el que está desenfocado es el propio actor, situación que, además, se traslada a su vida personal y que se soluciona cuando los que le ven utilizan unas determinadas gafas que modifican la imagen. Pues bien, creo que todos los que estamos implicados en el sistema educativo, de uno u otro modo, debemos encontrar unas lentes suficientemente graduadas para conseguir enfocar la realidad escolar que nos rodea porque empieza a estar, exageradamente, borrosa.

Considero que estamos desviando la atención primando aspectos cuantitativos y superficiales, mientras olvidamos la raíz del problema del fracaso escolar, fundamentalmente en etapas como la Secundaria. Los que me conocen saben que no me escandalizo con facilidad y algunos de los cambios que se producen sobre la mayor o menor permisividad normativa con respecto, fundamentalmente, a la promoción, tienen para mi relativa importancia. El error no está en las decisiones que se han ido tomando, a modo de parcheo, en las últimas décadas, el error reside en planteamientos psicopedagógicos mucho más profundos. El conflicto no está en la parte más externa del mensaje transmitido, sino en su contenido más implícito y en la interpretación que el alumnado hace de este contenido que, la mayor parte de las veces, queda fuera de nuestro control e, incluso, de nuestra área de influencia. No olvidemos que actuamos desde un mundo eminentemente adulto, pero es muy interesante conocer la percepción que los discentes tienen de nuestros arbitrajes a los que teñimos, con frecuencia, de madurez y reflexión.

Trabajo, a menudo, con adolescentes de gran potencial intelectual que suelen ir a mínimos, realizando un estratégico cómputo de la cantidad de esfuerzo que deben hacer para conseguir pasar de curso. Es más, en los últimos años se han multiplicado los casos de alumnos de ESO que acumulan asignaturas en los dos últimos cursos y autobloquean el salto a Bachillerato. Es obvio que una mayor laxitud en los criterios de promoción facilitará el desbloqueo de esta situación y también es cierto que esto no garantiza mayor o menor éxito en la etapa postobligatoria y, todavía menos, en la enseñanza superior. Hay otros factores que contribuyen a la toma de conciencia sobre la correlación entre trabajo y rendimiento, siendo estos evolutivos, vocacionales, en definitiva, circunstanciales. Hasta ahí determinadas medidas, muy lícitas, se pueden entender como un intento de aminorar las estadísticas del fracaso escolar en la ESO. Pero cabe preguntarse, qué es, realmente, el fracaso escolar. Acaso ¿fracasar es exclusivamente suspender o repetir? Esta es, a mi modo de ver, una de las preguntas clave en todo este tema.

La motivación es, quizás, el proceso determinante en el éxito académico y la teoría de orientación a la meta es una de las más productivas a la hora de explicar dicho proceso. Aunque se distinguen tres tipos de metas académicas: metas de aprendizaje, metas de rendimiento y metas de evitación al trabajo, la mayor parte de las investigaciones y estudios se han centrado en las dos primeras. Es decir, el alumnado que se centra en el dominio de las tareas y, por ende, en el desarrollo de competencias y el alumnado que se centra en superar a los otros en unos índices de competencia dados. Sin embargo, es muy común que haya estudiantes que basen su actuación en la evitación del trabajo y del esfuerzo, yendo, por tanto, a mínimos y convirtiendo en suyo (entiendan la ironía) el famoso lema del minimalismo que predica "menos es más".

Es, ciertamente, paradójico que cuando sobre la mesa, en todos los debates educativos, se reivindican la cultura del esfuerzo, la necesidad de mayor autonomía en el estudio, el beneficio del aprendizaje autorregulado y se pone en duda la conveniencia o no de los famosos deberes; acabemos maquillando la solución del problema, buscando, como en la vieja historia, las llaves debajo de la farola porque es la única ubicación que nos permite ver.

Me pregunto, ¿habremos perdido las llaves en otro lugar mucho más oscuro y peligroso, donde las posibilidades de encontrarlas son mayores, pero también es mayor el riesgo para nuestra integridad? Y dejo el sustantivo en genérico, sin calificar, para que cada uno añada qué tipo de integridad quedaría en entredicho.