Decir que el mundo anda hoy muy revuelto es lo mismo que no decir nada porque el mundo ha estado siempre muy revuelto. Lo estuvo durante el Imperio romano y las invasiones mongolas. Y cuando las guerras de religión y las campañas napoleónicas pusieron patas arriba a todo el continente, por no hablar de las dos guerras mundiales que convirtieron a la civilizada Europa en el escenario de las mayores carnicerías de la historia universal. Luego llegaron Corea, Vietnam, los Grandes Lagos, Yugoslavia, Afganistán, Irak... y no hay que olvidar que ETA, Baader Meinhof, Brigadas Rojas, IRA y diversos grupos palestinos provocaban muchos más muertos por terrorismo en la década de los ochenta que ahora (algo a no olvidar cuando algunos quieren sacar vergonzoso rédito de una triste entrega de armas por una ETA derrotada, sin futuro y con un pasado sangriento).

La diferencia es que hoy vivimos en un mundo globalizado donde la revolución de la información nos hace desayunar con la tragedia de cada día aunque ocurra a muchos kilómetros de distancia, que ya se ocupa la televisión, la radio y la prensa de meterla dentro de nuestro hogar. Y la noticia va acompañada de fotografías y películas que a veces nos revuelven las tripas, como ha ocurrido con el reciente bombardeo con armas químicas en Siria, que nos ha horrorizado a todos y ha resultado en una medida acción militar de castigo por parte de unos Estados Unidos a los que hasta ahora no habían hecho reaccionar el otro medio millón de muertos de esa guerra. Donald Trump ha confesado que fue movido a actuar por las fotos de niños salvajemente asesinados con gas sarín. Es difícil saber qué pasará a partir de ahora, tras esta reacción visceral e impulsiva, que ha ido seguida inmediatamente por declaraciones dispares sobre el futuro de la política norteamericana en Siria a cargo de los más conspicuos miembros de su equipo... la ceremonia de confusión habitual en la era Trump.

Lo que sí está claro son dos cosas: el monumental enfado ruso por las acusaciones de "incompetencia o complicidad" en el bombardeo con armas químicas (insinúan que es una trampa para desprestigiar a Al Asad y que hay otras en preparación), y la consiguiente vuelta a un clima de guerra fría que Trump y Vladimir Putin parecían querer dejar atrás y que este incidente ha reavivado (haciendo convenientemente olvidar otros problemas domésticos en ambos países). El viaje de Rex Tillerson a Moscú esta semana pasada ha puesto de relieve esta tensión. La ONU, paralizada por el veto ruso, ha quedado fuera de juego una vez más y eso plantea serias dudas sobre la legalidad del bombardeo norteamericano, por comprensible que sea para muchos.

Esta tensión ruso-norteamericana le viene muy bien a China tras el frustrante encuentro de Xi Jinping y Trump en Florida en el que éste último reconoció "no haber conseguido nada". La espada de una guerra comercial entre los dos colosos sigue en el aire y puede acabar afectándonos a todos, aunque el pasado martes Trump le dijo a Xi por teléfono que sería más flexible en temas comerciales si China se ponía a su vez más firme con Pyongyang. Pero que Putin y Trump no se entiendan y se enreden en el pantano de Oriente Medio es una noticia buena para Pekín, que compite con Moscú en Asia Central y en Mongolia y que tiene evidentes desacuerdos con Washington sobre comercio y sobre navegación en el mar del Sur de China. Aunque con Trump todo es posible, pienso que su interés último es no llegar a una ruptura ni con Rusia ni con China, y por eso una vez que ha sacado pecho y que ha demostrado que no teme actuar en solitario cuando lo estima necesario, lo más probable es que deje que los sirios vuelvan a su rutina de matarse entre sí aunque reclamando un puesto en las negociaciones que sobre su futuro venían celebrando Turquía, Rusia e Irán, sin participación de EE UU. Porque Siria exige una solución política y porque la prioridad para Washington y Moscú es acabar con el Estado Islámico. Luego ya verán qué hacen con Al Asad. Por eso me parece que el envío del grupo naval del portaaviones "Carl Vinson" a aguas cercanas a Corea del Norte es un gesto simbólico tanto hacia un país con respecto al cual se está agotando la "paciencia estratégica" (Tillerson dixit) de Washington, como dirigido también a China para que sepa que EE UU no va a abandonar sus intereses (y los de sus aliados) en el área de Asia-Pacífico. Sin que llegue la sangre al río porque a diferencia de Irán, con el que Trump no oculta su frustración, con Corea del Norte su capacidad de presión se ve muy disminuida porque ha cruzado el umbral nuclear y las consecuencias son muy diferentes entre enviar unas docenas de misiles "Tomahawk" sobre Siria que hacerlo sobre Corea, y más estos días de exaltación nacionalista, cuando celebran el 105.º aniversario de la fundación del régimen y el quinto de la llegada al poder del actual líder. Para resolver la permanente amenaza que representan el enloquecido Kim-Jong-un y sus secuaces, Washington necesita a China, y eso Pekín lo sabe. De modo que a pesar de la rivalidad global que existe, los tres grandes países tienen más que ganar si logran aparcar sus diferencias a corto plazo que el futuro.

*Embajador de España