Hay personas que desaparecen dejando como rastro la incógnita de lo que pudieron haber sido por encima incluso de lo que fueron. No siempre sucede con las que mueren antes de lo esperado. Pero sí en el caso de la exministra socialista Carme Chacón que, pese a su precocidad, se lleva una esperanza truncada del socialismo democrático precisamente en un momento crucial de su historia más reciente. Ya había dado un paso atrás retirándose de la primera línea, pero en la política nunca se sabe.
Chacón, primera ministra de Defensa de este país, jugó la baza importante de la imagen en los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero, un presidente que se ocupó bastante más de cultivar los golpes de efecto que de hacer las cosas como es debido en no pocos asuntos delicados. Embarazada, pasando revista a las tropas, la figura de la malograda política ha quedado grabada en la retina de la Historia. En aquel momento recaía sobre ella la sospecha de ser mujer y, además, catalana, un doble inconveniente para quienes estaban dispuestos a apoyarla como secretaria socialista y candidata con posibilidades a la Moncloa. De hecho fue pionera también al convertirse en el centro del resentimiento y del sexismo más botarate en las cloacas de internet.
Cuando perdió las primarias por escasos votos frente a Rubalcaba, amigo personal además de compañero de partido, pareció como si el socialismo democrático de nuevo rostro hubiera quemado las últimas naves para seguir siéndolo. Esa expectativa de reforma modulada no existe, por ejemplo, con Pedro Sánchez, que lo único que ofrece es rupturismo y revancha contra quienes defienden al PSOE como una alternancia de gobierno sin mayores estridencias.
Convencida del federalismo como solución a la eterna crisis territorial, su última idea de hacer del Senado una cámara útil, como sucede en Alemania, y trasladarlo a Barcelona no tuvo demasiado éxito. Siempre dio la impresión de ir un paso por delante.
